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La píldora del día siguiente

27 de Junio del 2009 - María Raquel Abaitua Pérez Río (Oviedo)

El Gobierno español, a través del Ministerio de Sanidad, ha adoptado una medida según la cual la «píldora del día siguiente» o «píldora postcoita» será vendida en todas las farmacias españolas sin necesidad de receta médica, sin límite de edad y prescindiendo de cualquier tipo de control sobre su administración.

No pretendo entrar en valoraciones relativas a moralidad sexual que, aún pudiendo ser pertinentes, seguro se convertirían enseguida en sospechosas y darían pie a consideraciones tópicas y demagógicas, siendo probablemente tachadas de retrógadas, antifeministas o defensoras de los intereses de la Iglesia católica aunque, objetivamente, no lo fueran. Mi intención es, más bien, valorar esta medida desde un punto de vista sanitario, social, cívico y educacional. Desde cualquiera de estas perspectivas, la liberalización de la venta de la píldora en cuestión, en las condiciones planteadas en el proyecto, me parece una auténtica barbaridad y una muestra evidente y tangible de la forma de actuar y de los objetivos de este Gobierno, al que, como mínimo, creo que se puede calificar de irresponsable.

Trataré de explicar el porqué de mi punto de vista. La posibilidad de adquirir este medicamento sin control ni receta médica deja al arbitrio de cada cual cómo, cuándo y con qué frecuencia se consume. Esto implica que una mujer puede utilizarlo cuantas veces quiera sustituyendo a otros métodos anticonceptivos mucho más saludables y recomendables. Si tenemos en cuenta que esto incluye a menores de edad, la cuestión se agrava aún más, pues todos sabemos que la falta de madurez dificulta la valoración objetiva de los peligros y riesgos que este tipo de situaciones puedan acarrear.

Tal y como está planteada la medida adoptada supone, en primer lugar, un riesgo para la salud, pues el consumo descontrolado de este medicamento hormonal tiene efectos secundarios de los que ni siquiera existe un conocimiento adecuado en el caso de las adolescentes, a las que, hipócritamente, se presume defender. Además fomenta el desuso del preservativo que, como es bien sabido, no sólo es útil como método anticonceptivo sino como medio para evitar las enfermedades de transmisión sexual. En definitiva, se trata de una decisión que atenta contra la salud pública; supone una injerencia en el ámbito que corresponde a los especialistas en medicina, y pone a los farmacéuticos en una situación comprometida, al atribuírseles una competencia que no les pertenece, pues deben informar y administrar, bajo su responsabilidad, un medicamento, sin tener acceso, por ejemplo, a la información necesaria sobre la salud y hábitos de la persona que lo va a consumir.

En segundo lugar y en otro orden de cosas, esta medida, al presentar implícitamente el mencionado método anticonceptivo como de uso habitual y no excepcional y de emergencia, no favorece ni fomenta el ejercicio de una libertad responsable en los adolescentes, que implique, a su vez, la valoración ponderada de las consecuencias de sus actos en un ámbito, tan importante y delicado, como el de la sexualidad. En este sentido y en contra de lo que se pretende hacer creer, dicha medida es incompatible con una buena educación sexual pues, de alguna manera, subyace en ella la máxima «haz lo que te dé la gana, no te pares a medir las consecuencias, pues pase lo que pase alguien te va a solucionar los problemas». Esto resulta altamente perjudicial para los jóvenes: primero, porque es falso; y segundo, porque ahonda en el problema flagrante de la educación en España, que radica, principalmente, en el fomento de la falta de autonomía de los educandos, lo que les conduce a la dificultad para asumir responsabilidades y solucionar por sí mismos los problemas. Incluso podríamos considerar el planteamiento como machista al fomentar el uso de un anticonceptivo en el que la responsabilidad queda en manos de la mujer, mientras que el uso del preservativo, por ejemplo, ha de ser consesuado.

Por todo lo expuesto creo que estamos hablando de una disposición gubernamental que pone de manifiesto algunas de las características propias del «talante», forma de gobernar y concepción de la sociedad de este Gobierno: improvisación, falta de reflexión sobre las medidas que se adoptan, ausencia de diálogo y consenso, oportunismo y electoralismo. Todo ello se resume en lo que yo denominaría «pseudoprogresismo»; que lo que esconde detrás no es sino ausencia de ideas y principios, de un proyecto político y social definido y coherente, además de un relativismo feroz, según el cual todo vale y, por decirlo coloquialmente, «da igual ocho que ochenta». Eso sí, todo disfrazado con una bonita piel de cordero debajo de la cual encontramos sectarismo y dogmatismo, pues !ay de quien ose contrariar a los «progresistas»! Inmediatamente y, por supuesto, sin atender sus razones, será tachado de ultraderechista, retrógrado y hasta mezquino. De momento, la fórmula da resultado y se vende bien. Ya veremos hacia donde nos conduce en un futuro no muy lejano.

María Raquel Abaitua Pérez Río

Oviedo

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