Temple ante todo

27 de Marzo del 2013 - Juan Navarro Campoamor

El hombre aprende a madurar entre vaivenes, conviviendo con la incertidumbre. Se vence a sí mismo cuando los aciertos no le deslumbran y así no minan su verdadera progresión: aquella que le aleja de todo espejismo. Se encuentra a sí mismo cuando de los errores extrae la lección que esconden y planta esta semilla con la sabia esperanza de su seguro fruto. Y sigue hacia delante, cincel en mano, destapando a cada golpe una parte de su ser; aprovechando cualquier circunstancia para crecer aunque no siempre sea consciente de ello. Llegará el día en el que de repente un pequeño detalle le abra los ojos, y entonces podrá ver cuántos benefactores le han arropado y cuántos soplos de aire fresco no ha sabido interpretar. Es parte del proceso: nunca dejamos de ser aprendices mientras somos maestros.

Para que este viaje sea cómodo es preciso soltar lastre: la rigidez, la mentira, la desconfianza, la culpa, la intimidación, y cuantos nos hacen sentirlas, y llenar el vacío –la sensación de abismo que su presencia siempre deja– a base de conciencia, comprensión y atención. Conciencia, para no perder la única guía que permite la superación personal; comprensión, para ganar claridad y perspectiva tanto en lo propio como en lo ajeno, y atención, para no ignorar las novedades que continuamente nos acechan y facilitar la imprescindible adaptación. Porque con la rigidez se resta vitalidad; con la mentira se germinan vidas fallidas; con la desconfianza se esteriliza cualquier horizonte; con la culpa se seca el espíritu, y con la intimidación se somete la voluntad. Todas ellas armas destructivas con las que los manipuladores aspiran a convertirse en señores de los incautos.

Subtítulo: Cómo enfrentarse a un cambio

Destcado: Nunca dejamos de ser aprendices mientras somos maestros

Ahora llega un gran cambio y con él la oportunidad de poner en práctica la esencia; esa que poco a poco se ha ido destilando con la experiencia y la reflexión hasta darnos nuestra forma real; esa que no olvida que nuestras acciones se comportan como un boomerang que vuelve con la misma intención con la que fue lanzado. Y si comprendemos que el hombre es capaz de hacerse a pesar de sus contradicciones, renovándose con cada una de ellas; de pulir su talento con ternura para mejorarse y mejorar al otro, y nunca para avasallar ni tampoco para esclavizarse; de seguir la inercia que crea la admiración y el reconocimiento del otro; de alejarse del rencor, aperitivo agrio e indigesto que sólo logra apolillar el alma; de combinar generosidad con rectitud para irradiar solidaridad y evitar que la maldad lleve el mando; de navegar sobre las ideas como capitán, marcando estela, y no como botella, marioneta de las olas, y de no traicionarse y a la vez no enrocarse en su postura, el camino habrá sido provechoso.

Os deseo que disfrutéis del equilibrio necesario para obtener una buena cosecha: que saquéis partido de vuestras cartas sin caer en castigos cuando os topéis con una mano desafortunada. No derrotarse ni humillarse; tampoco ensalzarse. Temple ante todo. O lo que es lo mismo: la perseverancia y la humildad conducen a la dignidad; la dignidad sin la ofuscación, a la realización. Este es el firme más sólido sobre el que podemos edificarnos. Y, si quieres personalizar tu forja, déjate seducir por tu iniciativa, fermento entre fermentos que se expande como el gas: sin límites. Una vez puesto en marcha, tu impulso te acunará –corresponderá a tu confianza–. La plenitud te acompañará allá adonde vayas: tú serás su imán.

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