¿Saber o no saber?
Pienso que nadie o muy pocos tendrían duda para responder a esta pregunta: Sí al saber
Sin embargo a mí me costaría definirme, porque ya así, sin pensármelo mucho, diría que, lo mismo que no me cabe duda del beneficio que el saber le aporta al ser humano en su conjunto, sí tengo serias dudas sobre los beneficios que muchas de las cosas que sabe o puede llegar a saber el individuo le supongan alguna forma de bienestar.
Es bueno saber para preveer, si la previsión decide la conclusión, pero cuando el conocimiento no te faculta para mitigar, detener o evitar el mal, ni siquiera para corregir la causa o aplicar el justo castigo al causante, la sapiencia resulta tan abrumadoramente frustrante, tan agobiante, tan lacerante, que mucho mejor ignorante.
Por supuesto que a esta reflexión me lleva la política. Quién me iba a decir a mí que este tema llegaría a importarme, ¡pero! en las democracias todos los ciudadanos, aun sin ser políticos, de una u otra forma, ejercemos la política. Yo, lamentablemente, en este momento la ejerzo usando mi escasa memoria para hacerme una representación mental con cifras de vértigo.
Como acabo de mencionar lo pírrico de mi capacidad para recordar y no me apetece ponerme a buscar, los que me asaltan son números redondos cuya inexactitud no alterará la realidad de España.
Ahora mismo no debemos ser muchos más de 46 millones, de los cuales la mitad, 23 millones, es población activa, y de esta población activa hay 17 millones empleados y 6 millones desempleados. Mangoneando este tinglado hay medio millón de políticos, que no es que se pueda decir colgados de la teta, ¡no, qué va! ¡ya quisiéramos! ¡colgados de una ubre! porque generalmente cobran 3, 4, o 5 sueldos; este medio millón deme da miedo poner el calificativo que me sale, les llamaré simplemente personas, a lo que iba, estas personas tienen enchufados, la mayoría de las veces ocupando puestos concebidos únicamente para cobrar, a padres, hijos, parejas, amigos, conchabados etc. Poniendo números: 500.000 políticos, por, echando por lo bajo, 4 sueldos cada uno dan 2.000.000 de sueldos o lo que sean, más, un promedio prudente, de 4 comecagas enchufados por cada político nos dan otros 2.000.000 de esos sueldos, ya hacen 4.000.000 de sueldos. A esta caterva hay que añadir los correligionarios que ostentan cargos en organizaciones estrambóticas sin cometidos que puedan ser sometidos a auditoría alguna. Todos estos sueldos no son de andar por casa de dos habitaciones, salón comedor y un baño, ¡sino de andar por casas palaciegas! Y cuando pernoctan fuera lo hacen en hoteles de un firmamento, con subvenciones que cubran su entretenimiento, y esa gente no se entretiene con la play precisamente. Si añadimos quienes no desempeñan ninguna labor productiva a otros que pareciera que sí, pero que lo que hacen es simplemente mantenerse en las alturas controlando el movimiento de las tropas a ras de suelo, obtendríamos unas cifras ¡que es mejor no saber! Y aún nos quedarían más sumandos que añadir para completar esta suma aberrante, y si lo que sumamos es el vil metal proveniente de conductas delictuosas resulta delirante. De tal manera que nos causaría un gran asombro el comprobar cómo cuatro laboriosas abejitas pueden mantener a una tan ingente plaga, de voraces y ladrones zánganos.
Si esto es una realidad incontestable, ¿se imaginan cómo sería una España simplemente administrada como una gran empresa? Una empresa la dirigen quienes tienen el conocimiento y la capacidad para dirigirla, y, naturalmente, han de hacerlo rindiendo cuentas y explicaciones a los patronos que les han contratado. En una empresa, el número de empleados, desde el más al menos cualificado, es el justo y necesario para su funcionamiento y, por tanto, cada puesto de trabajo estará justificado por la necesidad implícita en el desarrollo de su propia labor. Una empresa de ámbito nacional, como sería la empresa España, por fuerza ha de tener un número de sucursales determinado por la atención que requiere la cobertura de todo el territorio. Entendido ha de quedar lo que es una sucursal. En una sucursal, el gerente dirige el funcionamiento de la misma siguiendo las directrices emanadas de la dirección general y no puede tomar decisiones imprevistas sin la previa aprobación de la sede central, y no digamos en cuanto a gastos, en ese aspecto únicamente dispone de una caja chica para los contados domésticos ineludibles. Naturalmente que la empresa España, como todas las empresas, estaría encaminada a la obtención de beneficios, y en este caso los beneficios serían repartidos entre sus dueños, los españoles, y la inversión necesaria para mantener el crecimiento constante de la empresa.
Así de sencillo. Qué maravilla si no fuera utópico.
Mare
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