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Desafección cívica

11 de Abril del 2013 - José Antonio Gutiérrez Glez. (Piedras Blancas)

La desafección o alejamiento entre la política y la sociedad civil existente hoy en nuestro país es una lamentable y triste realidad que, a mi particular modo de ver, tiene su principio en los partidos políticos (esencialmente, los dos mayoritarios) para hacer útil y provechosa la intermediación entre ciudadanos e instituciones públicas. Esta incapacidad funcional no suele ser reconocida por muchas organizaciones, cuestión ésta que aloja mayor complejidad al problema. Indudablemente, los partidos políticos son imprescindibles para el buen funcionamiento democrático, pero también pueden generar deficiencias, y de hecho las generan.

Todas las crisis que se van padeciendo, a los ojos de quienes la sufren son las peores, pero la actual, la que desde hace ya unos años nos acogota y asfixia día a día, seguramente no solo quedará grabada en nuestras mentes, sino que van a recordarla diversas generaciones escritas en mayúsculas de nuestra historia contemporánea. Esta renegrida visión se produce cuando ya nadie duda de la madurez democrática alcanzada por los ciudadanos. Entonces, por decirlo de una forma suave, ¿por qué a muchos ciudadanos parece que nos toman por niños a los que se les puede engañar fácilmente con una chuchería? Y, sobre todo, ¿demuestran nuestros políticos tener mayoría de edad?.

Abochorna, y hasta duele, sentir la desafección y el distanciamiento que se percibe en la calle hacia la clase política. Si su razón de ser es prestar servicio público, ahora más que nunca esta vocación ha de ser --y también parecer, como la mujer del César-- el verdadero sentido de sus actuaciones. Aunque sea un bien escaso, seguro que alguno la tiene, y son los intereses partidistas los que no la dejan ver. Algo más que promesas que se esfuman tendrán que ofrecer para que la desesperanza no nos cale más profundamente.

Si mañana se celebrasen elecciones en España, seguro que yo no iría a votar. Debo confesarlo. Me quedaría en casa, incumpliendo lo que llevo defendiendo treinta y muchos años: que el voto en las urnas es la forma democrática de exteriorizar las preferencias de cada uno y no la calle. Por eso, no estando de acuerdo en muchas cosas con los partidos que he votado, siempre he cumplido en las urnas. Alguna vez, siendo joven, voté convencido; otras, según el criterio de la opción menos mala; últimamente, más por una imperiosa razón de alternancia. Hoy, sencillamente, no iría. Porque, con sinceridad, en general no confío en los políticos que nos representan, incluso me cuestiono la utilidad de muchas de nuestras instituciones.

Y no es ya solamente que los líderes políticos no cumplan sus promesas electorales y nos mientan, que lo hacen. No es ya que estén más preocupados por su parcela de poder que por los problemas reales de la ciudadanía. No es ni siquiera que nos tomen por tontos y nos traten como vasallos que les debemos sumisión antes que como ciudadanos libres con derechos. No es ya que la democracia responsable que nos reconoce la Carta Magna esté tan distante de la democracia real que tenemos.

No, no es por esto por lo que dejaría de ir a votar. Porque comprendo que todo ello está en la lógica de las limitaciones humanas. Soy consciente de que todo es mejorable porque todo es inevitablemente imperfecto.

Por lo que no iría a votar es por una manifiesta falta de ética (y hasta de estética) pública que la clase política española, desde la Familia Real hasta algunos cargos públicos, y en todos los partidos e instituciones, están mostrando: tráfico de influencias y enriquecimiento, sobresueldos con dinero negro, financiación irregular, sobornos, reparto indebido de dinero público, malversación, despilfarro, comisiones ilegales e inmorales, actualmente espionaje... Me avergüenza lo que estamos diciéndole al mundo; me escandaliza el ejemplo que estamos dando a nuestros hijos, y me indigna y mucho, que me hace desconfiar de las instituciones, la corrupción que padece nuestra democracia. Como me hace desconfiar que no haya políticos que se enfrenten a ella, que los partidos amparen a los corruptos por ese sentido

"mafioso" que hace más importante el carnet que principios éticos o políticos elementales. Porque si los políticos honrados (que los hay, algunos conozco) no se enfrentan a la corrupción, ¿quién va a hacerlo? ¿tendremos los ciudadanos de a pie que salir a la calle pidiendo "que se vayan todos"? La clase política española esta jugando con fuego,, porque crisis y corrupción es un cóctel explosivo muy peligroso.

Por eso no quiero que haya elecciones ahora. Y no iría a votar porque no sabría a quién hacerlo. Por eso no quiero elecciones inmediatas porque... aún albergo en mí una débil esperanza de que algo positivo pueda moverse.

Aunque, siguiendo con la franqueza, no sé bien qué puede ser.

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