En abril gracias mil
En abril aguas mil y en el año de la fe «lluvia de recuerdos papales»; el día 2, aniversario del fallecimiento del beato Juan Pablo II, un gigante de la fe que nos acompañó veintisiete maravillosos años dejando en herencia a Benedicto XVI, el razonador de la fe que se fio de lo que Dios le pedía más que de su propia razón siendo ésta privilegiada, renunciando al pontificado, adelantando la llegada del Papa Francisco, que el día 13 cumple su primer mes, y viene acompañado de gestos de pobreza y austeridad de «radicalidad evangélica», con manifestaciones llamativas acordes con su personalidad forjada en una espiritualidad con voto de pobreza, a quien la distinción y el trato especial que tradicionalmente se otorga a un Pontífice... a él lo abruma... acostumbrado a preparar su comida, cuidar de otros sacerdotes, patear las periferias llenas de miseria, codearse con gente sencilla, desfavorecida... y quizás se encuentra raro o incómodo rodeado de «tanto»... espacio para vivir... de tanto coche especial... del brillo de los zapatos rojos o el dorado de la cruz pectoral y decide prescindir de eso externo que le resulta excesivo y le resta agilidad para ejercer de pastor de la Iglesia, como él desea, con «olor a oveja», con cercanía... a pie de calle... en el metro... en el confesionario de la iglesia parroquial... Gestos de autoridad, sobriedad y pobreza que son despertadores de conciencia para todos los cristianos, católicos, de la jerarquía o de a pie, adormecidos en los laureles de una vida fácil en medio de una sociedad materialista y consumista que ha convertido lo superfluo en necesario y nos ha llenado de un «exceso de todo» que provoca sopor y modorra, que nos hace estar en la Iglesia instalados dejando que pasen los años... descuidando algo vital para un cristiano: el fan misionero, evangelizador, la preocupación por el bien espiritual y material de los otros... servir al prójimo... solidarizarse con los más necesitados... los que sufren. De eso sabe mucho el Papa Francisco, que viene de un continente marcado por las desigualdades sociales con un abismo insalvable entre los pocos muy ricos y los muchos muy pobres... del narcotráfico y la explotación infantil... las guerrillas... la inseguridad... las dictaduras opresoras y la equivocada teología de la liberación... de la pobreza que tanto daño ha hecho a la Iglesia, haciendo una interpretación errónea de la «opción por los pobres». La teología de la pobreza que libera de verdad... la elegida personalmente, y vivida en el día a día, en el trabajo, en la familia, en las relaciones sociales, en el descanso, ahí tiene que haber «pequeños gestos de pobreza», «elegir ser pobre en algo» para solidarizarme con el que es pobre en todo... elegir no tener algunas cosas pudiendo tenerlas... estar desprendidos de lo que tenemos compartiéndolo con los que lo necesitan... y así en palabras de Benedicto XVI: «Frenar la avaricia insaciable que suscita luchas y divisiones, frenar el afán de poseer estando así disponibles de compartir y acogernos mutuamente». Y nos aconsejaba: «Para combatir la pobreza inicua que oprime a tantos hombres y mujeres y amenaza la paz de todos es necesario redescubrir la sobriedad y la solidaridad como valores evangélicos y al mismo tiempo universales». Hay que tratar de establecer un «círculo virtuoso» entre la pobreza que conviene elegir (la que nos propone Jesús) y la pobreza que es preciso combatir (la de millones de seres humanos). Opciones de pobreza, sobriedad, austeridad para estar cerca de Dios, conseguir pureza del corazón, llevar una vida limpia de corrupción, opciones propuestas a una Iglesia herida en y por sus miembros, necesitada de una purificación interior que traerá de la mano un aspecto exterior sin duda más acorde con los tiempos que corren, menos protocolaria, más servicial, más asequible, facilitando la nueva evangelización en un mundo sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe. Por último, el día 16, Benedicto XVI cumple 86 años y el 19 es el aniversario de su elección al pontificado, ambas fechas las celebra sirviendo a la Iglesia de otra manera, la que Dios le pide ahora, como Papa emérito, con una vida de plegaria desde Castel Gandolfo y próximamente en el Vaticano, cerca de su amado Juan Pablo II, desde la vida conventual, unido a la oración de todas las clausuras del mundo y a la de todos los cristianos, apuntalando y sosteniendo al Papa Francisco. Siempre a todos los papas, gracias por su generosidad, y en este abril del año de la fe, gracias mil.
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