¿Y las enfermeras?
En la medicina, como hábito, no por ello dejando de tener la importancia enorme que merecen, tomamos como referencia la intervención del médico en la resolución de los problemas genéricos de la salud y del enfermo en singular. Sin embargo, en la misma dirección, circulan una serie de profesionales de índole diversa: físicos, biólogos, químicos, farmaceutas, ingenieros, informáticos, administración, por supuesto, arquitectos, donantes anónimos de sangre, órganos y tejidos, estructuras de comunicación y de otros órdenes, hasta llegar, merced a Bill Gates o antecesores, vía redes sociales, a una relación médico-enfermo que coadyuvan al mejoramiento de los resultados.
¿Y las enfermeras?, digo.
Reconociendo, en mi caso, la excelente intervención y la cercanía llevada a cabo por el cirujano Dr. don Álvaro Fernández del Valle y la Dra. Tania Santamarta, la animosa voz de la experiencia del Dr. don Manuel González, la vigilancia del Dr. Villalaín y el seguimiento cuidadoso de los Dres. Mejía y Mauricio, quienes, además, mantuvieron vivo el ánimo, escucharon ¡los ayes! incontenidos, por mucho que uno intente sufrirlos en silencio, velaron el desaliento que penetra por tu ser en algunos momentos, arropando con sus cuidados y mimo la ausencia de los tuyos, manteniendo el «encuentro personal» considerado como medicina principal necesaria para la recuperación del paciente. Las enfermeras. Y añadir que toda la cadena sin excepción. Nadie se desentiende de su cometido, pero, de manera sustancial y determinable –deseo anteponer en esta ocasión– mi reconocimiento expreso a las enfermeras y sus auxiliares.
Puede ser, porque observo en todo el proceso de la salud, no creo andar descaminado, que, con la comunidad de las enfermeras, existe cierta exclusión o que, en mi criterio, no gozan del merecido reconocimiento de la sociedad a su impagable función en el contexto de la Sanidad.
Y allí estaban las enfermeras, en la sala 7.ª este del HUCA, mañana, tarde y noche, como si no se fueran nunca, una Semana Santa, sin vacaciones: Gema, Rosa, Beatriz, M.ª José, Conchita, la supervisora Ana y auxiliares que algunos nombres recuerdo como Clara, Juan Ramón y en curas anteriores, en los quirofanillos Esmeralda y Mar y otras experimentadas profesionales, o Concha en externas o Teresa en el ambulatorio.
Allí estaban las enfermeras, como naturalmente en otros hospitales y lugares del mundo, llevando a cabo su función –vocacional, en muchos casos– con entrega, aplicación, sentido del deber y responsabilidad. Sistemáticas y puntuales en las curas y el tratamiento. Útiles a los demás, llevando un halo de esperanza y sosiego al enfermo y a las familias, que en ocasiones se traduce en felicidad ante adversidades que, irremisiblemente, hemos de afrontar.
Sacrificada, esforzada y, al mismo tiempo, gratificante labor. ¡No os canséis de hacer el bien! Ni ellos, los médicos, ni vosotras, las enfermeras. Dios, más espléndido que los gobiernos, os recompensará.
Personalmente, por este medio, os envío mi agradecimiento sincero y profundo.
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