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Las servidumbres y los cargos

13 de Abril del 2013 - Juan Luis Nepomuceno González (Mieres)

Nunca oculté mi ateísmo, más bien lo defendí, tanto aquí como en las redes sociales. Sé que mucha gente no estará de acuerdo conmigo, que incluso me recriminarían mi descreimiento, y bien pueden hacerlo pues para eso están los comentarios, tanto aquí, en el blog, como en las publicaciones que haga en las redes. Ahora bien; si por publicar mi opinión, mis ideas, mi forma de ver las cosas, gusten o no gusten al prójimo que las lea; me encuentro en el portal de mi casa una congregación de buenos ciudadanos, enarbolando velas y cánticos, dispuestos a convertirme a la verdadera fé, sea ésta cual fuere, es más que probable que alguno acabe sabiendo lo que se siente cuando es sodomizado por un cirio pascual.

También soy taurino, totalmente recriminable, por supuesto, y varias veces he dicho que intentaré obviar cualquier defensa de la tauromaquia ante un antitaurino pues, objetiva y moralmente, tengan más peso sus argumentos que los míos. Eso sí, no voy a esconderme ni privarme de decir que una verónica de José Tomás, por ejemplo, me emociona. Si por decir ésto, alguien se considera con derecho a increparme en la vía pública o en la puerta de mi domicilio cuando voy acompañado de los míos, no duden en que pueda acabar tirando de las artes de matar y alguno salga descabellado y listo para el arrastre.

Trabajo en lo que trabajo, trabajo comprometido dónde los haya, y por eso cobro, más mal que bien, pero cobro. Acepto las servidumbres del cargo. Como todo trabajo, el mío está sometido a la crítica de los afectados, incluso aceptando que más que muchos de los demás, por las implicaciones que conlleva y toda vez que afecta a derechos y a deberes. Siempre intenté hacerlo lo mejor que pude, asumiéndolo como un servicio a los demás, a los cuales me debo, pero eso no implica que todas mis intervenciones tengan que gustar a todo el mundo, teniendo en cuenta que siempre hay quien sale perjudicado, unos más legítimamente que otros. Por eso, si a alguien no le gusta como hago las cosas, puede recurrir a la Administración a la que pertenezco para quejarse o denunciar lo que puedan considerar un exceso o una irregularidad, o bien ante los tribunales de justicia. Por supuesto que se pueden dirigir a mí directamente, como muchos hacen, siempre y cuando esté en mi puesto de trabajo o en el ejercicio de mis funciones. Acepto cualquier reproche o recriminación y de buen grado intentaré aclarar cualquier malentendido al respecto. Eso sí, pertenezco a una institución y respondo de mis actos y de los de aquellos que trabajan bajo mi responsabilidad, no de todo el colectivo como bien pueden entender. Pero uno tiene familia y amigos, como casi todo el mundo, y cuando me encuentro con ellos, en la intimidad de mi casa, en mis ratos de ocio, en cualquier lugar público, nadie tiene derecho a hacerme partícipe extemporáneamente de su descontento con el colectivo, con la institución o con mis actos laborales porque eso, por mucho que a alguno pudiera parecerle, no va en el sueldo ni nunca lo fue. Ni ahora, ni cuando cobraba un poco más por trabajar en una zona de especial conflictividad. Mi vida es mía, estimados amigos y enemigos, no del Estado para el que trabajo, y los gajes del oficio deben quedar para cuando desempeño el oficio. Y el oficio, a veces, he tenido que desempeñarlo en mis ratos de ocio para auxiliar a alguien o evitar algún delito en una situación de urgencia, hasta ahí pueden llegar mis obligaciones, más allá no. No todo va en el sueldo, estimado ciudadano y contribuyente. Cuando estoy con los míos no tengo el negociado abierto así que diríjanse a otra ventanilla porque en ésta, en vez de la respuesta de un disciplinado funcionario, pueden encontrarse el cabreo morrocotudo de un padre, una pareja, un amigo, vamos, de un ciudadano de a pié al fin y al cabo.

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