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El «indio Pachas»

29 de Mayo del 2013 - Heradio González Cano, (Oviedo)

Así lo llamábamos cariñosamente sus condiscípulos hispanoamericanos que hace más de cinco décadas estudiábamos en la Universidad de Oviedo, a pesar de que teníamos también nuestra común y propia sangre indígena. Después de releer las «Cien líneas» del soberbio columnista Javier Neira (LNE 09-04-13), me ha sorprendido gratamente con su Hemeroteca histórica, donde siempre nos relaciona excepcionales acontecimientos sucedidos hace 50 y 25 años, llamando mi atención el referido a «Mario Pachas Patiño, primer abogado peruano en el Colegio de Oviedo», lo que hizo dar marcha atrás a la memoria por este singular personaje que fuera un cordial y amistoso condiscípulo, aunque su amistad no la prodigaba con cualquiera, tal vez por su educación de militar en excedencia, lo que no fue óbice para que tuviésemos fraternales encuentros, sobre todo porque éramos vecinos en el mismo edificio, frente a la Catedral (donde estaba antes la Joyería San Tirso, actualmente remozándose), teniendo él de patrona a doña Mari y servidor a doña Alicia, amables personas ya fallecidas y que ocupan un lugar especial en nuestros corazones, porque desde los modestos cuartos de estudiantes, los dos salimos para casarnos con dos asturianas, completamente enamorados y deslumbrados por sus hispánicas bellezas ¡Vamos a cumplir las bodas de oro y seguimos en amorosa brecha! El pasado año, según me dijeron familiares, iba a venir de visita a Oviedo, ya que nunca ha vuelto desde que se marchara con su amada Pao, querida hermana de los apreciados hermanos Serrano Alonso, Lalo, excepcional ex magistrado, universitario profesor de gran prestigio docente, a la sazón entonces condiscípulo, y José María, sobrinos ambos del inolvidable profesor de parecido nombre que con letras de oro, como don Luis Sela y Sampil, don Teodoro López Cuesta-Egocheaga, don Ignacio de la Concha, profesor José Pérez Montero, entre tantos, ocupa lugar especial en los corazones de quienes, viniendo desde el otro lado del Atlántico, «la América ingenua que tiene sangre indígena, / que aún reza a Jesucristo y aún habla en español», como reza en la «Oda a Roosevelt», los inmortales versos de Rubén, tuvieron y tienen a orgullo el haber sido sus alumnos en ya irrepetible ocasión.

Así, de cuando en vez, algunas noches escanciando unas copitas en la vetusta clariniana, por la calle Mon o El Paraguas, nos contábamos de nuestras vidas algunas intimidades, y para resumir entre tantas valga ésta, el porqué Mario Bernardo Pachas Patiño, se había venido de la Universidad matritense a la de Oviedo: en una de las clases mañaneras, en este caso de un erudito catedrático (me reservo su nombre porque andando los años tuve el alto honor de saludarlo en Oviedo con motivo de habérsele otorgado el premio «Príncipe de Asturias), hablando sobre la Historia del Derecho, sereno y con voz solemne, había dicho que «cuando los españoles llegaron a América todos los indios andaban desnudos...», por lo que sin pensarlo dos veces Pachas levantó una mano en señal de pedir audiencia, quedando en silencio el expositor; ya de pie, el solicitante dijo de esta suerte: «Cuando los españoles colonizaron las Américas, sobre todo la del Sur, los indios, como usted dice, no podían andar desnudos, menos los que habitaban cerca de los Andes o en la Puna, por la nieve y hielo perpetuo; he dicho», quedando el profesor con los ojos muy abiertos, caminando despacio en el estrado, queriendo sentarse... Y una vez, a los pocos minutos, concluida la clase, cuando el interlocutor improvisador se disponía a dejar el aula, se le acercó un ayudante del docente y le increpó: «Usted le ha faltado al respeto a su maestro, es mejor que cambie de Facultad de Derecho, porque esa clase aquí en Madrid no la aprobará nunca»... Y así fue como Mario Bernardo apareció por Oviedo.

Para que se informen un poco los estudiantes de hoy, en pleno comenzar del año 2013, en todas las facultades o colegios los profesores/as se presentaban a sus alumnos correctamente vestidos, como si fuesen todos los días para una fiesta, jamás descorbatados, americanas o camisas, pulcras; y los alumnos, ídem de lienzo, aunque solamente dispusieran de dos trajes, el cotidiano y el dominguero de ir a misa. Jamás se pronunciaba un «tuteo», el trato de «usted» era el consecuente para preservar mayor respeto, lo que ahora ya no existe; por eso tanto el que enseña, que va vestido como le da la real gana, incluso a veces despeinado y mal oliente, como el que recibe las supuestas enseñanzas, «supuestas», decimos, porque ahora el «bendito internet» es mundialmente el «maestro»... Qué le vamos a hacer, la vida sigue, como nuestro amigo «indio Pachas», muy vivo y feliz con sus queridos hijos, creo que ocho, todos profesionales, y su amada Pao (de cuyo connubio fui el principal alcahuete), lo puede certificar el descendiente de la civilización Mochica, Nazca o Tihuanaco... Vayan para ellos un gran abrazo oceánico de otro indio, Chorotega o Matagalpa-Nicaragua, que en Asturias quedará para siglos de los siglos, pero siempre recordando a la lejana Patria.

Heradio González Cano, abogado, poeta y escritor nicaragüense, Oviedo

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