Embarazada

15 de Junio del 2009 - Rocío Estepa Fonseca (Taramundi)

Me llamo Rocío, tengo dos maravillosas hijas y estoy embarazada de nueve meses de mi tercer hijo. Todo esto, probablemente, no tendría la menor importancia si no perteneciésemos a la especie humana. Pero da la casualidad de que sí que somos seres humanos.

Quisiera compartir con ustedes lo que me sucedió el otro día en el colegio donde mis hijas cursan sus estudios.

Dicho centro (cuenta con 36 alumnos) tiene dos entradas: una en la calle principal del pueblo y otra por el patio trasero. Diariamente, todas las madres, padres y cuidadoras del transporte que llevamos y recogemos a nuestros hijos e hijas hacemos uso de la entrada trasera por ser una norma del centro, y lo hacemos. Todas. Todos. Pero entiendo que todas las normas, incluidas las más estrictas (y no creo que éste sea el caso), tienen su excepción.

No sé ustedes qué opinarán, pero creo que estar embarazada de nueve meses, disponer de baja médica facultativa por lumbalgia y ciática y cojear visiblemente debido a todo ello, además de ir con dos niñas de la mano de 5 y 6 años tirando de ti, puede ser una posible causa de excepción en dicha norma. Sobre todo cuando se hace de forma ocasional.

Soy totalmente respetuosa con las normas establecidas, pero entiendo que el ser humano admite excepciones, bien por conciencia social, bien por pura humanidad, bien por básica educación.

El viernes 15 de mayo, al mediodía, 13.00 horas, recogía a mis hijas, mi barriga, mi lumbalgia, mi ciática y mi cojera del colegio para ir a comer a casa, y, en vez de darle toda la vuelta al colegio, entré por la puerta principal, que me queda manifiestamente más cerca. El motivo: casi no podía andar.

De pronto, el profesor de Educación Física de una de mis hijas me para y me llama la atención por no haber ido por la puerta trasera; yo, inocente, le explico con tranquilidad lo que acabo de compartir con ustedes, dando por hecho que es algo totalmente entendible y, repito, ocasional.

Ante mi total asombro y el de mis dos hijas insiste en que, y cito textualmente: «Las normas están para cumplirlas. Si queremos que los niños las cumplan tenemos que ser los primeros en hacerlo». A lo que yo le contesté que cumpliría las normas siempre que me fuera posible. Pero que como hoy éste no era el caso, seguiría entrando por esa puerta hasta que mi panza, mi lumbalgia, mi ciática y mi cojera dijeran lo contrario. A lo que este señor me contestó que entonces «no me enfadara cuando me encontrase dicha puerta cerrada con llave».

Me gustaría que hiciesen conmigo un ejercicio de imaginación y cerraran los ojos pensando cómo me encontré dicha puerta cuando volví a las 14.25 a llevar a mis hijas al colegio. Han acertado. Cerrada con llave.

Sé que esta carta es el recurso del pataleo, que probablemente no va a servir para que nadie llame la atención a este individuo. Pero a mí sí me va a servir para explicarles a mis hijas por qué un profesor suyo le llamó la atención a su madre, delante de ellas, por supuesto, me sirve para explicarles que su madre no había hecho nada que fuera susceptible de ser una llamada de atención en esos términos y de esos modos. Hay algo que se llama «conciencia social», en su defecto nos encontramos con la palabra «humanidad», y si ésta aún nos quedara grande... podemos hacer uso de otra muy común: «respeto». Es evidente que este profesor carece de las tres.

Haciendo memoria, recuerdo una reunión del consejo escolar, del que yo era miembro, y al que asistía otra madre en calidad de representante de padres. Esta madre tiene tres hijos. Para poder asistir a esa reunión había dejado a los dos mayores con una vecina y se había llevado a la pequeña, porque aún tomaba pecho. En el transcurso de la reunión (que duró más de dos horas y media) la niña reclamó el pecho y su madre se lo dio.

Pues este mismo individuo del que estoy hablando se permitió la poca sensibilidad de llamarle la atención a esta madre por el hecho de llevar a su bebé a la reunión y darle el pecho. Me vienen a la mente varias palabras: igualdad, fomento de la participación, ley de conciliación, conciencia, humanidad, respeto...

Me preocupa que profesionales de este tipo sean los encargados de transmitir valores a nuestros hijos e hijas. Lo único que me tranquiliza es que sólo imparte Educación Física.

Decir que el resto de profesionales que están ayudándonos a mi familia y a mí en la educación de nuestras hijas son personas estupendas. Con una implicación que va más allá de lo estrictamente profesional. Y quiero agradecerles desde este medio su trabajo, dedicación y sensibilidad para con mis hijas.

Quiero acabar esta carta con unas palabras de la fabulosa escritora nicaragüense Gioconda Belli:

«Amo a las mujeres desde su piel, que es la mía. / A la que se rebela y forcejea con la pluma y la voz desenvainadas, / a la que se levanta por la noche a ver a su hijo que llora, / a la que llora por un niño que se ha dormido para siempre, / a la que lucha enardecida en las montañas, / a la que trabaja-mal-pagada en la ciudad, / a la que, gorda y contenta, canta cuando echa tortillas en la pancita caliente del comensal, / a la que camina con el peso de un ser en su vientre enorme y fecundo. / A todas las amo y me felicito por ser de su especie».

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