¿Socialistas hoy?
Esta pregunta que, desde mi inquietud personal, hoy yo me planteo responde seguramente a un interrogante mayoritario en la izquierda de Europa y España.
Tras seis años de crisis (2008-2013) que comienza siendo financiera para acabar siendo después una crisis de confianza en que los derechos y el bienestar ciudadano podían crecer al infinito, es decir, la quiebra de la esperanza de una sociedad cada día más humanizada me lleva a preguntarme de qué manera podemos responder aquellos que seguimos creyendo que los valores de la libertad, justicia social y solidaridad han sido y son el único remedio para las lacerantes desigualdades de este mundo.
Cuando después de seis años de destrucción del sueño de una Europa próspera y en paz, al que nos sumamos con ilusión recién salidos del franquismo, sólo nos saludan cada mañana las noticias del nuevo recorte a los depauperados y desahuciados, con el único objeto de que los prestamistas, que se jugaron, alegremente, los sueños de las personas a la ruleta rosa, recuperen su capital.
Cuando en este país que hace dos mil años llamaron Hispania sólo vemos día a día cómo las instituciones, llámense partidos, empresarios, sindicatos, jueces, gobiernos, autónomos o la familia del Jefe de Estado, se hallan bajo sospecha de aprovecharse de su posición para su lucro personal, nosotros, gente del pueblo, nacida del pueblo y para el pueblo, que albergamos más de cien años de historia en su defensa y aun reconociendo con equidad nuestros humanos errores, debemos, sin excusa, previa la indispensable autocrítica, aportar alguna solución a este estado general de cosas.
No es que yo, en un acceso de soberbia, me crea habilitada en temas que ni las mentes más lúcidas saben o pueden resolver, simplemente es que, desde mi simplicidad de ciudadana de base, deseo dar voz a aquellos que se lamentan de todo esto entre amigos y allegados sin posibilidad de hacerse oír.
Aclarado esto, entiendo que si los socialistas pensamos que se puede combatir el descrédito entre la ciudadanía de las instituciones y del sistema político vigente sólo con salir a los medios para decir que el contrario es más corrupto que yo o que atiende las necesidades sociales peor que yo, se estaría incurriendo en un grande y peligroso error, ya que, dadas las proporciones del paro existente, no existe mejor caldo de cultivo para populistas desaprensivos o extremistas de corte autoritario.
Baste recordar los niveles de pobreza y paro que recorrían Europa en los años treinta del pasado siglo, antes de que el fascismo subyugara masas con promesas de trabajo y bienestar. Frente a la opinión tan extendida hoy en día de que «todos son iguales» y que, sin duda, se apoyan en que las promesas electorales son sólo eso, promesas que nunca se cumplen, creo que basta ya de palabras, debemos demostrarles con hechos, si aspiramos a recuperar su confianza, que la resolución de los problemas que les aquejan es nuestra razón de ser y para ello nada mejor que volver a abrir las «casas del pueblo», de barrio o de localidad a las inquietudes y problemas vecinales como primer paso para dar traslado de esta realidad a niveles superiores de la toma de decisiones, e intentar de este modo darles respuesta. Todo ello sin renunciar a defender en los medios nuestra labor y visión de mundo, ni a promover a través de iniciativas, en los diferentes ayuntamientos y parlamentos, las medidas que respondan a los problemas reales de la población.
Sólo desde esta acción desde la base hacia el vértice será posible frenar la desmovilización generalizada, de lo contrario y a nuestro pesar la historia imparable acabará pasándonos por encima y, más pronto que tarde, seremos tan sólo un vago recuerdo del pasado.
Leonor Rouñada
Langreo
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