¿Tenemos lo que nos merecemos?
Hoy he visto destacada una noticia sobre el derrumbe de una fabrica textil en Bangladesh, no es la primera ni la última vez que esto ocurre en estos llamados países emergentes, China, Bangladesh, India, etcétera, etcétera.
Estas fábricas ya sean textiles o de otro tipo trabajan normalmente para multinacionales y grandes cadenas que a cambio de unos precios de producción superreducidos hacen la vista gorda sobre las condiciones de trabajo y seguridad de los empleados de esas fábricas.
También nosotros tenemos nuestra parte de culpa en esta situación, ya que como consumidores finales no tomamos conciencia de que nadie regala nada y si nosotros compramos barato alguien está ganando menos o siendo explotado directamente.
Ayer un conocido me enseñaba una prenda de ropa que le había costado 19 euros, una prenda digna, bien confeccionada, no se le podía poner ninguna pega. Reflexionando con él, conocedor de cómo funciona el comercio internacional y de los costes que implica, llegamos a la conclusión de que el precio de la mano de obra de esa prenda no sería superior a 0,2 céntimos de euro. La pregunta es si cualquiera de nosotros estaríamos dispuestos a trabajar por 0,2.
Pues bien, pensemos en esto: queremos comprar barato, compramos producción de países donde los derechos sociales de los trabajadores son nulos, perdemos tejido productivo en nuestros propios países, nos empobrecemos y estamos dispuestos a trabajar por menos salario o más horas por el mismo sueldo, etcétera, etcétera.
¿Está dando la vuelta la tortilla? ¿Nos estamos convirtiendo en los países pobres?
Quizá no lleguemos a tanto, pero sí tenemos que tener en cuenta que si queremos competir con esos países «emergentes» de alguna forma nos van a igualar a ellos. El camino que están tomando las medidas de todos los gobiernos europeos va tomando este peligroso camino de recorte de derechos, recorte de pensiones, recorte de gasto público, es decir, «acercándonos» al sistema de esos países donde nosotros mismos llevamos nuestras producciones.
La ciudadanía en general debería tener muy presente que lo que ella consume es lo que mueve el mundo: si tu ropa viene de Bangladesh, tu comida puede venir de cualquier lugar del mundo, tu teléfono de India, tu coche de Corea y tienes una bicicleta fabricada en Indonesia... no tenemos respaldo moral para protestar luego porque un fabricante se va de Europa al Tercer Mundo a producir, porque es el mensaje que nosotros como consumidores damos.
Veamos el mundo como una tela de araña donde todo está conectado y nuestras acciones como grupo condicionan las decisiones económicas, consumamos preferiblemente productos de nuestras fábricas, de nuestros agricultores, de nuestros ganaderos y pensemos que si Europa y España pierden su tejido industrial y económico, ¿de qué viviremos? Consumamos menos, pero consumamos mejor.
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