La Liga del mal
Al igual que en los cómics, la historia más gris de la historia de España la dirigen supervillanos de carne y hueso que están llevando al traste vidas, ilusiones y dignidad. Como si de una pirámide feudal se tratara, la cúspide está morada por aquellos que nos han llevado al más absoluto de los desastres y no son otros que los grandes banqueros y financieros, satanases reptantes que ofrecieron a los mortales ciudadanos la manzana del crédito a cambio de la condenación en forma de paro, desahucios y demás penurias. Demonios invisibles e intocables que infiltran el siguiente escalón, el de los políticos, personajes oscuros y siniestros como el señor De Guindos, para que vele por los intereses de su status nodriza. Este quintacolumnista de la banca tiene el mérito de haber conseguido para éstos más de 60.000 millones de euros a cambio de que, una vez haya cumplido su misión y deje la casta, arribe en una de estas entidades a cambio de un sueldo milloneurista. Este segundo peldaño, encabezado por el gallego genuflexor de los germanos, y terminado por el más humilde de los concejales de cualquier pequeño pueblo de este país, ha hecho de este país su cortijo y a cambio de mantener sus feudos en forma de chiringitos recortan la dermis de ciudadanos para poder seguir vistiendo ellos un abrigo de pieles.
La tercera pieza en este maldito sistema son los medios de comunicación. Quienes debieran ser la voz del pueblo no son más que la voz de su amo; quienes tendrían que quitar el disfraz a estas sanguijuelas de lo ajeno sólo obedecen los dictados del color que los subvenciona, denunciando lo contrario y tapando lo propio. No son más que verduleras televisivas y plumas al servicio partidil que plagan sus platós de velas tanto para Dios como para el Diablo, por si acaso.
Por desgracia, esto no es Gotham, ni Metrópolis, ni nada que se le parezca. Aquí no va a aparecérsenos ningún héroe. Los malvados lo seguirán siendo y, cuando a base de nuestros esfuerzos y sacrificios la cosa vaya un poco mejor, serán ellos y sólo ellos, los que se quiten la gabardina, el traje y la corbata para lucir en el pecho una S.
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