Sí a la vida
Hace ya varios lustros que en España, como ocurre en varios países de nuestro entorno, se usan más ataúdes que cunas. Nada indica que crezca el número de defunciones, pero desde luego sí que han disminuido en proporciones alarmantes los nacimientos. Pocos tienen hijos y la inmensa mayoría de los que los tienen, pocos, por no decir sólo uno. Parece claro que en este ambiente haya crecido el número de abortos, que aumenta anualmente, hasta llegar a los 113.000 en España en el último año; con la particularidad de que también es cada vez mayor el número de abortos de hijos de chicas en torno a los 20 años, casi siempre con estudios de Bachillerato acabados.
Hemos construido una sociedad poco apta para los niños: los pisos son caros y pequeños; las costumbres llevan a vestirlos con marcas, a proporcionarles cantidad de cosas, que cuestan al final demasiado dinero; a que los padres estén sometidos a horarios de trabajo muy difíciles de compaginar con la vida familiar; a minusvalorar, y por tanto hacer escaso, el trabajo doméstico, y así tantos otros usos sociales y necesidades –muchas veces nada necesarias en realidad– que hacen verdaderamente difícil cuidar y responsabilizarse de los hijos. Con estas premisas no es tan chocante que haya abortos, cuando fallen los métodos anticonceptivos.
Los pocos niños que hay son «los reyes de la casa», se les da de todo en lo material y mucho menos de lo preciso en afectos, valores y entrega personal, por lo que en cuanto llegan a ser chavales pasan a constituirse en «los reyes del mambo». Y ya se sabe: «El ruin / puesto en honra / se crece / da en tirano / y álzase con todo», como dijo Quevedo. Y así los vemos –sin mirarlos porque dan miedo y desviamos la vista a otro lado– vagando por calles y plazas, con demasiada frecuencia pasados de alcohol, y en el caso de las chicas, además, tantas veces disfrazadas de camareras de club de alterne. No es de extrañar que les sea muy difícil poner en orden sus pulsiones hormonales de adolescente, sobre todo, porque nadie les ha hecho ver ni los puntos referencia ni los límites de su conducta; y, en cambio, las revistas juveniles, la televisión, el cine, los videojuegos y, en general, todos los reclamos sociales no hacen más que calentar el ambiente erótico de la vida cotidiana. Por eso, aunque tengan mucho acceso a preservativos, aunque se regalen «píldoras del día siguiente» y aunque se hagan campañas anticonceptivas en los institutos, los embarazos son cada vez más frecuentes en jóvenes y adolescentes. Por esto, tampoco parece que sea sorprendente que haya abortos entre ellos.
Como se ve, el panorama no es fácil de cambiar, pero hay que intentar arreglarlo, aunque sólo sea para que la siguiente generación tenga algo mejor que ofrecer a sus hijos en este orden de cosas. Pero aunque no se puedan cambiar las estructuras de un día para otro, aunque no haya manera de tener una legislación urbanística que abarate la vivienda, ni conseguir una flexibilidad laboral en todos los ámbitos de trabajo para poder dedicar más tiempo a los hijos, ni acabar con el «botellón», ni la promiscuidad, etcétera, lo que no es de recibo es hacer la chapuza, la ramplonería, la injusticia, el crimen de romper por el lado más débil, más indefenso: la madre que no puede hacer frente a su embarazo y el feto que ni siquiera puede gemir y que, además, por pequeño que sea es un ser humano, pues si se le deja crecer será un niño en unas semanas. Y así tenemos tantos y tantos seres humanos muertos, «después de Auschwitz todo es posible», dijo no sé quién, y tantos síndromes «posaborto» en miles de mujeres que expulsaron a su hijo del vientre, pero no lo consiguieron olvidar.
Siempre hay posibilidades de ayudar a esa madre para sacar adelante a su hijo; es cuestión de comprensión, de ayuda, de dinero, de compañía o de cualquier otra cosa que deberíamos poder ofrecer con la amplitud de miras y la generosidad de dar en una sociedad madura, estructurada y rica como la nuestra. Hay grupos sociales, ONG y asociaciones que han comenzado a hacerlo hace algunos años, que ofrecen ayuda material, acogida, información, atención social de una manera abierta, libre, desinteresada, para que la embarazada pueda decidir con libertad la posibilidad de dejar nacer a su hijo... A ver si cunde, y adelante: sí a la vida.
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