Un problema, nuestros políticos
En la Roma antigua el candidato iba vestido con una toga blanca (la toga cándida), identificándose con una persona que por sus cualidades morales era apto para ocupar un cargo importante.
Nuestros políticos se han rodeado de privilegios, excepciones y prebendas insultantes, como la rebaja del IRPF o la consecución del tope en la jubilación con sólo 7 años como diputado. Son ellos quienes se ponen el sueldo y quienes, al cese, se aseguran algún puesto en un consejo de administración de una empresa pública que da pocos dolores de cabeza y está bien retribuido.
Soy maestro. Hay quien mantiene que sobramos docentes o sanitarios o policías o bomberos o funcionarios de justicia, en definitiva, empleados públicos. Yo mantengo que lo que sobran son esos 18.000 asesores repartidos por las distintas administraciones, que no tienen función asignada salvo la de trabajar para el partido; podríamos decir que están de jesuseros (decir jesús al estornudo del político de turno) o muchos de los responsables políticos de nuestras abigarradas administraciones.
Indigna esto y también que el plan de pensiones de un banquero, el indultado, equivalga a mi sueldo de 2.339 años. Sí, dos mil trescientos treinta y nueve años de mi trabajo.
Mientras nuestros políticos mantengan uno solo de los que califico de privilegios y excepciones, yo seguiré pensando que quien se mete en política lo hace para aprovecharse del puesto.
Lo siento por quienes han entrado en política para servir y se ven inmersos en estas formas de actuación. Mi reconocimiento a quienes sean capaces de mantenerse con esa toga blanca; para otros, debería existir la negra y permanente.
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