Greguerías sobre la actualidad
Acabo de leer en el periódico que Maduro califica al ministro español de Asuntos Exteriores de impertinente y le manda a tomar Fanta por tocar los asuntos venezolanos. Maduro es una esperpéntica versión del esperpento que fue Hugo Chávez. No es que a los ministros españoles, a veces, y dependiendo del país latinoamericano del que hablen, no se les escape cierto tufillo, en general, pero en este caso las palabras del Ministro ni rozaron a Venezuela como para soltar la perla de Maduro, tan fuera del recipiente.
También leo que Esperanza Aguirre, doña Espe, ahora pontifica desde yo qué sé dónde anda ahora, y le sugiere-ordena al hasta ahora su mentor Rajoy lo que debe hacer (más recortes). Sin entrar a valorar las sugerencias, que no pueden ser más que animaladas similares a las que perpetró como ministra de Cultura, es increíble la posición que alcanzó la que fue presidenta de la Comunidad madrileña al cabo de los años. Ahora está por encima del bien y del mal, como Felipe González, o Aznar, o como Churchill, salvando las distancias.
Es el triunfo de los mediocres, y no lo digo por los dos penúltimos, españoles, dejando al británico fuera del esfuerzo. Ahora sí me angustio, y siento empatía, con la injusta condena a Sócrates por tres mediocres como fueron Anito, Meleto y Licón, famosos en su casa por aquella época; o me envuelve la pesadumbre al recordar la época romana, donde los nombres y hombres ilustres compartían escena con maquinadores que elucubraban y medraban sin talento ni condición; o con la cantidad de brutalidad descargada durante la Edad Media en nombre de dioses, vírgenes o quien fuese, sin posibilidad para dos o tres excepciones de pensamiento lúcido y libre; o con la ascensión de populistas, en fin, que asolaron el siglo pasado y causaron catástrofes que evidenciaron la miseria del alma humana. En fin, la historia se repite y lo volverá a hacer.
Pero lo más terrible de todo es una cuestión más liviana y prosaica, algo que nos muestra la banalización de la sociedad y que, afortunada o infortunadamente, es lo que nos merecemos: los comentaristas deportivos. Soy yo o ¿nadie se da cuenta de que repiten berreando como ovejas que van al matadero majaderías sin sentido, impidiendo hablar a los invitados ilustres que los acompañan? ¿Será que me hago mayor? Creo que ambas cosas son las que suceden. Veo un partido de baloncesto, y tengo que acabar quitándole el sonido. Aun así, viendo un partido del Real Madrid, el inefable comentarista, sólo preocupado en rellenar el hueco que supone el sacrilegio de un segundo sin sus chillidos, asegura que Felipe Reyes cogió en un rebote la mano con las dos pelotas. Así, sin anestesia. O los cánticos a la gloria del comentarista de Canal Plus, que es más, sobre el futbolista alemán que tiene preparado el gatillo, la bala en la recámara y que ejecuta, y frases que Tolstoi en "Guerra y paz" desechó por altisonantes, o las torpezas lingüísticas como correr por banda o restan diez minutos para el final, que hacen revolver el estómago de Lázaro Carreter en su eterno descanso. Pero, sobre todo, los chillidos. El berreo incesante, las voces destempladas. Me dicen dos cosas: la primera, que no saben qué decir y rellenan con gritos de subastero el tiempo que, no sé quién es el responsable (que le frían las albóndigas), les concede la inodora cadena de turno; y otra, que es la que más me ofende, que se crean poseedores de una verdad absoluta, la de que los televidentes y aficionados al deporte somos tan cutres como lo más bajo de "Sálvame" o cualquier tertulia banal de Telecinco, que no tenemos inteligencia alguna que ofender con sus estúpidos comentarios y que no somos capaces de interpretar las imágenes del televisor, como hacíamos con el antaño pesado, pero entrañable y respetuoso a la par que instructivo, Matías Prats senior.
Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.
Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:
Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo