La Nueva España » Cartas de los lectores » Exclusivas eclesiásticas

Exclusivas eclesiásticas

21 de Junio del 2009 - Constantino Díaz Fernández (Oviedo)

El domingo 17 de mayo, en la parroquia de San Juan Bautista de La Corredoria, tuve la ocasión de asistir a una de las muchas misas de comunión que por estas fechas se prodigan por todos los lugares de nuestra geografía. Debo confesar que, aunque me he educado en los principios del catolicismo, soy un practicante de baja frecuencia, en situación de «stand by»; no obstante, en esta ocasión tenía poderosas razones para acudir a la ceremonia, dado que una persona muy entrañable para mí se encontraba entre los comulgantes. Sin querer hurtar al párroco su derecho de organizar este tipo de actos de acuerdo con sus principios, y a establecer las normas oportunas para que la celebración se desarrolle dentro de los cauces normales, no me parece razonable el hecho de que se pretenda imponer condiciones que pueden coartar la libertad de las personas, hasta el punto que en este caso concreto se ha llegado.

Fui oportunamente informado por mi familia de que se había advertido, de palabra y por escrito, de que quedaba terminantemente prohibido a los asistentes grabar por cualquier medio imagen alguna dentro de la iglesia. En una reunión de padres previa no sólo se insistió en este asunto, sino que, además, se amenazó con la suspensión temporal del acto en el momento en que, a juicio del párroco, se detectara cualquier «movimiento sospechoso»; o sea, cuidado con los gestos, no vaya a ser que, interpretados maliciosamente, terminen desencadenando un problema de orden y acabe el oficio como el rosario de la aurora. Es entendible que se ruegue, y hasta que se prohíba, que no se utilice el flash ni que las personas deambulen por el templo, cámara en ristre, molestando a los asistentes y distrayendo la atención del oficiante y comulgantes, tratando de buscar los mejores planos para inmortalizar los momentos que se juzguen más interesantes. Sin duda que hay que exigir el debido respeto y compostura que el lugar requiere, evitando actitudes que puedan perturbar el normal desarrollo de la ceremonia. Hasta aquí, cómo no, de acuerdo; pero llevar las cosas al extremo de coaccionar al personal para que ni de forma discreta, sin distorsión ni molestias para nadie, pueda realizar ese pequeño reportaje singular que formará parte de sus recuerdos más queridos, me parece que hay un abismo y, por supuesto, ni es entendible ni admisible. Por cierto, en la iglesia se encontraba un fotógrafo profesional, con un equipo de colaboradores, que difícilmente pasaron desapercibidos; aunque, claro, probablemente esa molestia llevaba implícito el bálsamo de alguna compensación.

Espero que esta postura que se denuncia obedezca a una decisión personal del responsable de la parroquia y no derivada de instrucciones concretas recibidas de sus superiores jerárquicos; es decir, excepción y no regla. De no ser así, podríamos llegar a pensar que la Iglesia católica, al igual que los llamados famosos de la prensa rosa y afines, ha descubierto en las «exclusivas» un canal complementario de financiación. En principio, para una institución que, de momento, recibe una no despreciable ayuda de la Administración pública, además de los ingresos inherentes a la celebración de distintos oficios religiosos y la aportación voluntaria de los fieles (en el caso que nos ocupa todos los comulgantes asistieron provistos de sobres con su óbolo, que les fue rigurosamente requerido antes de su entrada en la iglesia), no parece defendible.

En otro orden de cosas, creo importante destacar que, después de permanecer más de una hora de espera en el templo, antes del inicio del acto religioso, como condición sine qua non para poder conservar un lugar adecuado, al igual que la mayor parte de los asistentes, multitud por cierto, la entrada del oficiante al altar fue soberbia. Ante el murmullo del público, justificado por la larga espera sostenida, la salutación no pudo ser más desafortunada: llamada de atención general a la muchedumbre, con advertencia a los fieles de que no estábamos en la Feria de la Ascensión. No puedo saber, por la anfibología de la expresión, si se nos estaba comparando con los tratantes o con el ganado; en cualquier caso, introducción muy poco afortunada y dudosamente respetuosa, máxime por la condición de quien la pronuncia, el lugar y el momento. También cabría pensar que el sacerdote, elevándose espiritualmente en su condición de pastor, quizá quiso llamarnos ovejas, en sentido bíblico, y, por ende, tendríamos que sentirnos orgullosos en lugar de ofendidos.

En resumen, frivolidades aparte, creo que la Iglesia, acuciada en resolver los importantes problemas que tiene planteados y agobiada por los que continuamente se le añaden, no puede perder la forma en detalles como los anteriormente mencionados, que, aunque comparativamente nimios y aparentemente banales, tienen igualmente un significativo impacto en la opinión y no contribuyen precisamente a conseguir una mayor participación de los fieles, lo que debería estar entre sus objetivos más principales.

Cartas

Número de cartas: 44966

Número de cartas en Marzo: 181

Tribunas

Número de tribunas: 2031

Número de tribunas en Marzo: 7

Condiciones
Enviar carta por internet

Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.

» Formulario de envío.

Enviar carta por correo convencional

Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:

Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo
Buscador