El éxito

17 de Mayo del 2013 - José Antonio Coppen Fernández

De entrada, recordar que el éxito es una conquista, no una donación, por lo que es más difícil merecerlo que obtenerlo, y que cuesta tanto más mantenerlo. Existen asociaciones de donantes de sangre, de órganos..., pero no se ha creado aún la del éxito. En su «Vuela alto» bien nos lo advierte Julio Iglesias: «Llegar a la meta cuesta, te cuesta tanto llegar y cuando estás en ella mantenerse cuesta más». Y «Aquí no regalan nada, todo tiene un alto precio, peldaño que vas subiendo, peldaño que hay que pagar». Y, para no ser víctimas de la traición -añadimos nosotros- hay que ser inaccesible a la adulación, que es otro tema muy serio (guárdate de la gata que te lame, según un proverbio milanés).

Subtítulo: Los valores de la autoexigencia y el afán de superación

Desatcado: Deberemos tener en cuenta que nadie es recordado por el número de fracasos, sino por el de los éxitos

Para emprender una aventura que puede ser apasionante en la consecución de su éxito es necesario perseguirlo sin desmayo, sin desesperarse, con tenacidad y perseverancia, incluso aprovechando los fracasos para ir fortaleciéndose. Deberemos tener en cuenta que nadie es recordado por el número de fracasos, sino por el de los éxitos. Por tanto, siempre se debe contar con los valores de la autoexigencia y el afán de superación, aprovechando la capacidad creativa de nuestra mente, siendo siempre fieles a nosotros mismos. En nuestro comportamiento ante la vida, el afán de superación debe ser una constante, no amilanarse. La rectitud natural del sentido común, tan recurrente como necesario en cualquier actividad, nos permitirá encarar equilibradamente los acontecimientos de nuestra existencia. No existen otros secretos para el éxito.

La experiencia permite aseverar que, toda gran idea, primero suele ser ridiculizada; luego, combatida, y finalmente, aceptada como expresión de sentido común. Cabe añadir que la puesta en marcha de una empresa, del rango que sea, constituye una aventura; de ahí que el término emprender sea sinónimo de riesgo. Si no conllevara riesgo, todos nos lanzaríamos como emprendedores.

Lo de la crisis se ha convertido en el estribillo de las cuatro estaciones. Por eso precisamente son mayores los riesgos, y también superiores los méritos que en otras circunstancias. Está escrito que es muy preferible osar y determinarse a llevar adelante grandes empresas encaminadas a gloriosos triunfos aun tropezando, a veces, con el escollo del fracaso a vivir como esos pobres espíritus que no penan ni gozan, envueltos siempre en un espíritu gris, donde no se concibe ni caída ni victoria.

No compartimos el deseo de poseer riquezas, fama, poder y honores, es decir, la ambición, salvo cuando la acompañan el deseo de hacer felices a los demás. Recordando que la ambición no duerme, como la envidia, este tipo de compañías no son aconsejables, pues para lograr sus objetivos destruirán cuantos obstáculos encuentren a su paso. Tan pronto se detecten hay que distanciarse de inmediato. Son insaciables, nunca cubren su satisfacción por mucha acumulación de metas que alcancen; es tal su obsesión por el éxito que disculpan la ilegitimidad de los medios. Para alcanzar éxito en cualquiera de las facetas de la vida humana es preferible cultivar aquellas inquietudes ligadas al afán de superación racional.

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