La huella imborrable de Sergio Marqués
Ayer, día 8 de mayo, se cumplió el primer aniversario del fallecimiento de Sergio Marqués. Viene ahora a mi memoria el recuerdo vivo del primer aviso de su infarto y el mazazo que supuso el posterior fatal desenlace.
Subtítulo: Primer aniversario del fallecimiento del ex presidente del Principado
Destacado: Mostró siempre una gran clarividencia en asuntos de Estado referidos básicamente a Asturias
Se nos iba un referente en la vida política, un amigo a nivel personal, una persona que creía –y lo dejó muy claro– que el ejercicio de la política era el del servicio a los demás, anteponer las necesidades de los asturianos por encima de cualquier componenda.
Conocí a Sergio en 1998, a raíz de los primeros contactos para formar URAS. En aquel entonces era un contacto lejano. A raíz de mis competencias en el partido el contacto se fue haciendo cada vez más cercano. Siempre encontré en él una persona coherente, íntegra, con las ideas muy claras en el servicio a los demás.
Para mí fue siempre una persona dispuesta a dedicarme todo el tiempo necesario para aclarar cualquier asunto que le consultase. A partir del año 2007, cuando pasó a un segundo plano de la escena política, fueron frecuentes nuestros contactos al finalizar nuestras respectivas jornadas de trabajo, para comentar la actualidad de esos días o, en muchas ocasiones, para solicitarle su opinión sobre asuntos del discurrir diario.
Sergio era de trato fácil. Mostró siempre una gran clarividencia en asuntos de Estado referidos básicamente a Asturias prueba clara del profundo conocimiento y amor por nuestra tierra que supo dejar bien grabado en todos los que compartimos con él los años más difíciles, los últimos, en los que veíamos cómo los que aparecían como adalides de la asturianidad se volvían, como los fariseos, más interesados «en lo ancho de sus filacterias y en lo largo de sus mantos» que en el bien común de los ciudadanos. Los aduladores, los medradores, los que sólo buscan «salir en la foto» aparecieron nuevamente, como tristemente pudimos comprobar, en el funeral de Sergio. Porque, en el fondo, en todos ha dejado una huella imborrable. En unos, para atestiguar, después del tiempo que fue «el mejor presidente que tuvo Asturias» o como se reconocía al entregarle la medalla de oro de Asturias a título póstumo, como «reconocimiento a su fundamental labor política a lo largo de treinta años» y por «méritos verdaderamente singulares cuya importancia y trascendencia para los intereses generales del Principado le hacen digno acreedor de tan elevado reconocimiento». Y para otros muchos, entre los que tengo la suerte de incluirme, por haber tenido el honor de contar con su amistad y aprender de él, permanentemente, su amor por Asturias, como él mismo dejo escrito, sin más ataduras que su propia voluntad de servicio a Asturias y a los asturianos, capacidad de cohesión en las ideas fundamentales, serenidad en la acción para resolver nuestros problemas, debate claro y abierto con participación de todos los asturianos, apartado de dogmatismos excluyentes y de maximalismos rechazables, y que levantando por tanto la bandera de la unión de todos, sea capaz de colocar a Asturias como principal referente de nuestras actividades y esperanzas.
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