Y dale con Venezuela
De los muertos suele hablarse siempre bien, salvo que se llamen Hugo Chávez. El ensañamiento de que es objeto Venezuela no tiene parangón en la historia del mundo capitalista. Ni siquiera Bin Laden fue objeto de tantas culpaciones.
Los resultados electorales en Venezuela que dieron la victoria –aunque ligera– a Maduro fueron reconocidos por los observadores internacionales, que incluso manifestaron que el sistema electoral venezolano es uno de los mejores del mundo al ser digital y más transparente que el de las papeletas, que pueden prestarse a equívocos como, hemos de recordar, pasó en el estado de Florida, en la que se cuestionaba la victoria del señor Bush.
Si estos mismos resultados se hubieran producido en la anterior votación con Hugo Chávez como candidato, la reacción hubiera sido la misma. No reconocerlo y provocar una reacción nacional e internacional. En aquella ocasión la victoria chavista fue aplastante y a efectos de evitar el ridículo, la oposición no tuvo más remedio que reconocer su derrota.
En este caso la escasa diferencia de un cuarto de millón de votos puso las alarmas en marcha tratando de desestabilizar el país y ocasionando frases fuera de lugar como la de nuestro canciller al proponer una mediación que no es sino una intromisión en los asuntos internos de otro país.
El opositor Capriles tendrá que demostrar cómo pudieron reconocerse los dígitos de los 200.000 muertos que, según él, lo votaron.
La actitud de España –antes y ahora– es de una hipocresía total. Mientras se denunciaban las nacionalizaciones de empresas españolas que por su carácter estratégico así consideró el Gobierno venezolano, ocultando que muchas otras mostraban interés en invertir en Venezuela, el Gobierno español les vendía barcos en unos contratos históricos.
Pocas lecciones de ética podemos dar desde aquí con los múltiples problemas que tenemos encima, recortando derechos sociales, privatizando servicios públicos esenciales y con una tasa de desempleo del 27%, mientras que Venezuela, Brasil, Ecuador, Argentina, Bolivia y otros salen de la penuria que el liberalismo ejerció de forma salvaje.
La «preocupación» aparente por lo que pasa en Venezuela de forma particular no es el riesgo que las libertades puedan tener, sino el ejemplo y la influencia que tiene en toda América Latina, donde, por suerte para sus pueblos, está cambiando el ritmo de la historia.
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