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Bicentenario de Wagner

12 de Mayo del 2013 - José María Izquierdo Ruiz (Oviedo)

El 22 de mayo se cumple el bicentenario del nacimiento de un genio de la música, y, como tal, poseído por su misión en la que centra su mirada y su esfuerzo. Y si «la mujer es la música de la vida» necesita buscar en ella su inspiración: Minna, Matilde y Cósima.

Wagner es el creador de un teatro genuinamente alemán –el drama musical– basado en leyendas milenarias, a diferencia del bel canto y del divertimento mozartiano. Es un inteligente impulsor del leitmotiv y de la melodía infinita, tan bien emulada por Bruckner y por Mahler, y también del poema sinfónico, que con su «Idilio de Sigfrido» alcanza cotas emocionales no superadas por su epígono Richard Strauss. Es un visionario del llamado «arte total», hermanando en un todo inseparable tema, libreto, orquesta, voces y escena; de ahí que él mismo escriba los libretos de sus óperas. Y es, además, liederista, pianista y director de orquesta consumado.

Además de sus 13 óperas y de otras 56 composiciones, aún encontró tiempo Wagner para escribir «Mi vida» y otros 13 tomos sobre tan diversas materias como arte, filosofía, psicología y ciencia.

Sus «pecados de amor» nacen de su necesidad de inspiración y de arropamiento femenino. Sin su prolongado matrimonio con la prima donna Minna Planer quizá no hubieran surgido obras tan notables como «Tannhäuser» y «Lohengrin», y, desde luego, sin su romance con Matilde Wesendonk su «Preludio y muerte de amor» y su «Cabalgata de las Walkirias» no hubieran alcanzado su plenitud emocional, ni sus vigorosos crescendos, símbolo de su pasión amorosa; ni hubieran surgido sus hermosísimos «Lieder de Matilde Wesendonk». Durante su relación y posterior matrimonio con Cósima Listz, no sólo vieron la luz sus hijos Isolda, Eva y Sigfrido, y su romántico «Idilio de Sigfrido», regalo a Cósima por el nacimiento del hijo, sino también buena parte del «Anillo del Nibelungo» y de «Parsifal» y «Los maestros cantores».

Su muerte en Venecia –el 13 de febrero de 1883– es el último acto de Wagner, que, impenitente, lo encuentra escribiendo el ensayo «Lo femenino en lo masculino». Cósima corta sus trenzas y las deposita sobre el pecho exánime de Wagner para que le acompañen en el largo viaje. Desde Génova, Nietzsche llora a su ídolo y a su falsificador de hoy. Han von Bülow, su primer marido, telegrafía a Cósima: «¡Hermana, hay que vivir!».

En todo caso, la música de Wagner, y en especial la parte orquestal –oberturas y preludios de sus óperas– y buena parte de su obra vocal y pianística –su hermosísima «Fantasía en fa»–, es prueba de una finura de sentimientos que le rescata de juicios adversos, y que le llevó en derechura a su soñado Walhalla.

José María Izquierdo Ruiz

Oviedo

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