Candás hace 50 años
Al inicio de los años 60 fui enviado a Candás como coadjutor de la parroquia a trabajar a las órdenes del entonces párroco de la misma, don Manuel Peláez, a quien tanto aprecio por su modo de ser y por el buen ejemplo que me ha dado.
Mi primera impresión fue muy agradable. Yo sólo tenía 24 años, recién salido del Seminario. Todo el mundo me trataba de usted, lo que antes no me había ocurrido, pero sobre todo con mucho respeto y afecto, que en realidad era lo que más apreciaba. Candás era como ahora una villa marinera con hermosas vistas al mar y, sobre todo, con gente buena y cariñosa.
La religiosidad del pueblo candasino por aquellas fechas era espectacular. Su hermoso templo presidido por la imagen de Cristo crucificado, rescatada de las aguas irlandesas, se llenaba de fieles no sólo los domingos, sino en otras muchas ocasiones. Los niños acudían semanalmente al catecismo y cuando tenían uso de razón recibían por primera vez los sacramentos. Durante la Semana Santa la mayoría de los feligreses se acercaban al confesionario, para después recibir la comunión pascual.
La parroquia poseía dos pequeños locales donde a diario se celebraban reuniones de hombres y mujeres de Acción Católica, así como de otros feligreses que habían asistido a cursillos de cristiandad o apostólicos. Había al mismo tiempo reuniones de novios e incluso de personas ancianas. La asistencia a los enfermos estaba igualmente programada. La primera vez que puse la santa unción fue en la estación de tren a un hombre que se debatía entre la vida y la muerte atrapado entre dos vagones.
Entonces la educación ya se iniciaba en la familia. Después los niños acudían a clase a aquel hermoso colegio de Educación Primaria dotado de distintas aulas. Pasado un año se construyó un Instituto de Enseñanza Secundaria donde por un tiempo impartí clases de Religión.
Cuando llegué a la villa sólo existía el teatro Apolo, donde pude ver la famosa película «Zorba el Griego». Después se construyó el teatro Prendes, donde también pude ver «Los cañones de Navarone». Allí dio una conferencia el arzobispo de Oviedo, más tarde cardenal, Enrique y Tarancón, sobre el Concilio Vaticano II, a cuya clausura tuve la suerte de asistir.
En aquella época no había problema de trabajo como ahora. En los alrededores de la villa crecían la agricultura y la ganadería, gracias a los primeros tractores y demás aperos de trabajo que a diario aparecían. Cuando por la mañana bien temprano salía yo para la iglesia me encontraba con un gran número de feligreses que con una pequeña bolsa de comida en sus manos se dirigían a la estación. Unos iban rumbo a Gijón y otros a Avilés. La industria en ambas ciudades era floreciente y daba trabajo a miles de vecinos y de extraños. Otros trabajaban en el mar, que con frecuencia llegaban al puerto sonrientes con sus barcos cargados de pescado. Entonces Candás contaba con seis fábricas de conserva, donde muchas mujeres ejercían a diario sus labores.
El turismo estaba ya en franco desarrollo. Atravesar Candás por la calle principal era complicado sobre todo los fines de semana debido a los vehículos que se cruzaban venidos de distintas zonas.
Candás ha tenido siempre grandes referentes turísticos. El Cristo ha sido sin duda alguna el principal de todos. La gente era muy agradable y acogedora. Nunca me podré olvidar de sus hermosas playas, de los exquisitos platos de pescado y de aquellas deliciosas marañuelas.
Tengo infinidad de otros recuerdos, como el santo encuentro, cuando a María el día de Pascua enfrente al Ayuntamiento se le quitaba el velo para que pudiera contemplar a su hijo recién resucitado. El canto de la salve marinera en honor de la Estrella de los Mares era algo que nos emocionaba a todos.
La etapa más bonita de mi vida tuvo lugar en Candás, donde pasé algo más de tres años. Quiero desde aquí dar un fuerte abrazo a todos los candasinos de aquella época, a sus hijos y a sus nietos, con los que he compartido momentos para mí inolvidables.
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