A vueltas con Teijeiro
Dice un dicho popular: cuando el diablo no tiene que hacer, con el rabo espanta moscas. Eso es lo que parece estar pasándole al eurodiputado Masip que, desterrado en el paraíso de Bruselas, con el único consuelo de un fabuloso sueldo por una sinecura labor, parece haber perdido la poca sindéresis de la que habitualmente ya venía haciendo gala. La polémica que levantó con sus declaraciones a LA NUEVA ESPAÑA, a propósito de la decisión de la Comisión de Cultura del Consistorio ovetense de reponer la estatua del teniente coronel Teijeiro, achacándole a este militar casi todas las tropelías cometidas por las fuerzas que, en nuestra contienda civil, rompieron el sitio de la cuidad, amañando y tergiversando los hechos históricos a su conveniencia, es indigna de quien, en su día, desde el Ayuntamiento, representó a todos los ovetenses, y ahora pretende hacerlo en las instituciones de la UE. Las réplicas del periodista Esteban Greciet y del presidente de la Hermandad de Defensores de Oviedo, Alonso Sábada, junto con las reflexiones del filósofo Gustavo Bueno, todas ellas publicadas en el mismo diario, han venido a poner el orden y la razón en este asunto, dejando en total y absoluta evidencia al susodicho. La carta que, bajo el título «Replicando, que es gerundio», firmada por el citado, publica el 12 de mayo LA NUEVA ESPAÑA no hace más que demostrar la falta de hidalguía (a pesar de que la lleva en su apellido) del personaje. La calidad de las personas no se demuestra cuando aciertan, sino cuando se equivocan. Por esa razón, lo que debería de haber hecho, y creo que aún está a tiempo de hacer, sería enviar un escrito bajo el epígrafe de rectificando que es de sabios; lo cual, casualmente, también es gerundio.
Sinceramente, creo que ya va siendo hora de que se aparquen diferencias y se trabaje, todos a una, por el bien común. El estar permanentemente hurgando en las heridas es el mejor método para que éstas no se curen, pero el que peor servicio hace a la sociedad. Si todavía seguimos utilizando los muertos, después de más de setenta años, para atacar a los oponentes políticos, cuando, en este sentido, todos tienen mucho que callar, es que tenemos un déficit de argumentos y, lo que es peor, la muestra más evidente de que aún no hemos superado la Transición.
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