Aceite ético
El político, haga lo que haga, si no rezuma aceite ético, de poco sirve. La composición de esta sustancia, conciencia y conducta, se halla dentro de nosotros, como veremos.
La primera mitad de mi vida discurrió en clima social de orden, austeridad, respeto y responsabilidad. La religión era estimada. Había trabajo y ahorro. La hipoteca, gravada al 15 por ciento, más gasto, se atendía. La palabra comprometida era escritura. Con cuatro pesetas de impuestos se construían embalses y la Seguridad Social se expandía. Los corruptos también era cuatro. Y surgió una clase media cohesionada bajo una sola bandera en una sola patria. De esta cosecha de valores se estrujo aceite ético de calidad.
La segunda mitad la envuelve el torbellino de la libertad, sacrosanto bien si es bien gestionado, perverso y sin virtud si lo dominan codicia y palabrería. Se troceó España y diecisiete virreyes se la repartieron. Los impuestos subieron a las nubes para pagar boato y corrupción. El ágora, faro de luz y guía, es forja de cuchillos. Conciencia y conducta viven avergonzadas.
Centrándonos en Asturias, se observa que los sabios no han tenido en cuenta el principal consejo: recuperar la almazara del calmo ungüento. La sociedad está harta de discusiones agrias y estériles. Cada verdad es tozudamente defendida, pero paz sólo hay una. Al estadista, molinero neutral, corresponde la pacificación ambiental sobre la que se construye.
Allanado tan fundamental camino, el segundo conduce a la poda de la frondosa administración. Ha de ser ilusionante, sencilla, ágil y cómoda. Destétense o desconéctense, según el final deseado, «paracaidistas amigos», duplicidades y empresas públicas sin sentido atendidas por paraprofesionales.
Siguiendo por la senda de dinamizar Asturias, es de alabar el consejo de repoblación forestal. Pero complementario a la actuación sobre la tierra, convendría sopesar la creación de una potente industria alimentaria autoabastecida de nuestros campos. Las bodegas son ejemplo. Hay mucho que inventar y copiar en esta materia, salvo el sabor. La labranza en grandes extensiones de terreno con medios y mentalidad actual, más la industria anexa, generará codiciado trabajo. Esto de riqueza y no gravar campos abandonados, luminosa idea de «chupaimpuestos».
Me atrevo con otra idea. Asturias posee, humillado, olvidado, un filón que, debidamente promocionado, recuperaría fe en sí misma, riqueza material y espiritual y marca. Recordemos. Sin Covadonga, España tal vez sería hoy mora. Y sin nuestro Alfonso II el Casto, Santiago de Compostela acaso no existiría. Añádase el tesoro de reliquias que guarda la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo, «caramelo» para turista religioso, y queda en evidencia la dejadez. A Covadonga, con su pasmoso enclave, no la pueden ensombrecer otros santuarios marianos. Y el Salvador de Oviedo sería succión y partida de peregrinos en pos del Camino marcado pro el gran Alfonso II, camino de oración y meditación contemplando el espectáculo de Asturias. Al respecto, algo rebulle ahora en torno al venerado «Pañolón». Sean bienvenidas todas las iniciativas.
Llevar a cabo el plan obligará a eliminar caspa antirreligiosa en unos y comodidad en otros. Sin Dios se vive, pero de Dios también se vive. No olvidemos el dicho: «Los romanos mataron a Jesucristo y vive de Él».
Éste es un tajo, un taller de trabajo de paciente implantación y cohesión. Inténtese, el aceite ético obra milagros.
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