Se está jugando con nuestros miedos
Sobrecogido y aterrado está el numeroso colectivo de jubilados con los anuncios que se hacen de profundos y reflexivos estudios para garantizar la sostenibilidad futura de las pensiones. Cada día se teme más que tal sostenibilidad se consiga a costa de que los que no se sostengan sean los propios pensionistas.
Estos desde largo tiempo vienen afrontando el copago de los medicamentos. En teoría, un máximo de ocho euros al mes, poco en términos absolutos pero casi es la mitad de lo que muchos tienen para sobrevivir en el día a día. Y a ese copago, repago o como quiera llamársele ha de sumarse la retirada del sistema de la SS de cuantiosos medicamentos de habitual uso en personas mayores, con lo que han de abonar su precio íntegro. Precisamente, algunos de estos fármacos han registrado fuertes incrementos de precio en los últimos meses. ¡Vaya por Dios, qué mala suerte sigue teniendo el doliente pensionista!
Además, a esto hay que añadir también el que tengan que costear parte del precio de determinadas prótesis y del transporte no urgente en ambulancia, al que no pocos jubilados tienen que recurrir repetidamente para recibir tratamiento de sus dolencias crónicas.
Y, para mayor inri y por si aún no estuviese escaso el bolsillo de quienes no tienen otra posibilidad de ingresos en lo que les queda de vida, ahora pende sobre ellos el riesgo de que se aplique a las pensiones la eufemística desindexación que prepara el Gobierno y por la que podría dejar de aplicarse el IPC como baremo para actualizarlas.
No hace muchos meses casi garantizaba Mariano Rajoy que las pensiones eran intocables. Eso decía cuando estaba en la oposición, y lo mismo aseguraba la ahora ministra de Empleo, Fátima Báñez. ¡Qué tiempos aquellos, amigos electores!
Sin duda, la reforma de las pensiones afectará a la edad de jubilación (habrá que tener 67 años o más para retirarse); al tiempo de cotización necesario para percibirla (en torno a 40 años); a la actualización del poder adquisitivo, que con seguridad ya no estará sujeta al IPC; a la cuantía, que se determinará por una triple función que conjuga la esperanza de vida, el número de cotizantes y la marcha de la economía del país. Parece estar todo dispuesto para cargarse el Pacto de Toledo, uno de los puntales del actual Estado de bienestar.
Ciertamente, vivimos mucho más tiempo que nuestros abuelos y por ello seguro que tendremos que pedir perdón. Con esa manía de prolongar la existencia se están causando daños irreparables, entre otros, trastocando la técnica de las pensiones e impidiendo a nuestros hijos que la puedan cobrar en el declinar de su vida laboral.
No obstante, presidente Rajoy, puede haber una solución: implantar un plan nacional de eutanasia colectiva. Permitamos como mucho que los jubilados disfruten de la pensión como máximo un par de años y, después, ¡zaca!, funeral y al hoyo. De esta forma el superávit retornará a las cajas de la Seguridad Social y nuestros hijos, muy agradecidos, eternamente nos recordarán con una foto enmarcada y colocada en la pared frontal de su sala de estar.
Vaya todo ello pues, don Mariano, en aras de la hoy tan cacareada sostenibilidad. El viejo pensionista no cuenta, ¿se ha percatado de ello, Presidente?
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