Letargo real
De él acaba de despertar ahora el Rey, sacando pecho, eufórico él, proponiendo a los agentes sociales un gran pacto contra el paro y la caótica situación que vivimos, tanto económica como social y política. A buenas horas, mangas verdes. Después de casi cinco años de una crisis salvaje, con una clase política enfrentada ideológicamente y con el país al borde ya de su total hundimiento, nos viene ahora el inquilino de la Zarzuela con esta monserga que no tiene otro objeto, clarísimo, que tratar de borrar y pasar al olvido de la ciudadanía el marrón escandaloso que la misma Casa Real se ha buscado, cuestionando con ello la continuidad de la Monarquía parlamentaria.
Hombre, no. En vez de millonarias cacerías de elefantes, mientras en su pueblo hay hambre y necesidad, la Corina y demás andanzas, las marineras singladuras con su «Bribón», las corruptas aventuras de Urdangarín y su mujer, y demás lindezas, el Rey, como Jefe del Estado, tenía la ineludible obligación de haber salido a la palestra política, tan endemoniada y conflictiva, y haber propuesto ya entonces ese pacto que ahora esgrime, tardía y desafortunadamente. Y seguro que hoy las cosas serían muy diferentes, porque no se habría llegado a esta ruina social, económica y política.
Este pacto de Estado, con el que ahora nos sorprende el Rey –que, en realidad, corresponde hacer a Rajoy y a Rubalcaba–, creemos que no tiene otro objeto que tratar de tapar esas vergüenzas que tanto están perjudicando a la Corona, cuyo relanzamiento se pretende también con el pacto de marras. Como todo ello, a nuestro entender, tiene un matiz irónico y encaja en el humor negro, suponemos que el Rey, en ese pacto suyo, tendría en cuenta al Sánchez Gordillo y a la Colau, de tan ejemplaridad democrática en la calle. Y es que la democracia hoy, en Celtiberia, cada uno la interpreta a su manera y según sea su ideología. Unos, al estilo de Montesquieu –al que diera sepultura un día Alfonso Guerra–; y otros, a la bestia. ¡Qué país!
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