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Juana María Gil López, única e irrepetible

22 de Mayo del 2013 - Paula Luiña Rodríguez (Vivedro)

Me siento afortunada por haber tenido la suerte de topar con profesores de indiscutible profesionalidad, tanto en mis años de instituto como más recientemente en la facultad. Al reflexionar sobre mí misma, me descubro intentando tomar modelo de muchos de ellos en uno u otro sentido. Son varios los nombres que circulan por mi mente: Fernando Marín y la pasión por el arte clásico; Vidal de la Madrid por la meticulosidad en el análisis; Yayoi Kawamura, que me enseñó a no minusvalorar las pequeñas cosas; Soledad Álvarez y la profundización en los contenidos transmitidos; Ana Fernández y Carmen Bermejo por su claridad en la exposición, y así podría continuar con una prolija lista. A todos ellos muestro mi gratitud por haberme aportado algo positivo.

El pasado domingo 12 de mayo, tras una comida familiar, mi tía echaba un vistazo al periódico. De repente alzó la mirada hacia mí, al tiempo que su rostro se tornaba sombrío. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, pues tuve la certeza de que iba a darme una mala noticia: Viene la esquela de Juana Gil, me dijo con un tono de voz entrecortado. Entonces se hizo el silencio en la mesa. Mi familia no conocía personalmente a Juana, pero me habían oído hablar tanto de ella

Juana, ¿Qué decir de ti?

Las publicaciones que has realizado y tu currículo permitirán a futuras generaciones conocerte como profesional, pero en realidad eres mucho más que eso; mucho más que una carrera brillante.

Personalmente debo agradecerte el haber despertado en mí la chispa de la investigación. Fue una primera experiencia que por circunstancias de la vida no he podido continuar, pero si de algo estoy segura es de que esa inquietud investigadora no se extinguirá. Lo define perfectamente mi madre: Tú no vas a dejar de estudiar nunca, aunque obtengas plaza fija.

Ahora bien, si algo te convertía en rara avis, era la absolutamente excepcional dulzura en el trato y esa encomiable capacidad de aceptar a cada persona tal como es. Nadie es perfecto, (yo la primera), pero tú siempre fuiste partidaria de considerar que nuestras virtudes compensaban aquellas carencias que pudiésemos tener. Creo que es por ello que en la etapa que pasé en tu equipo de investigación me sentí tan querida.

En fin, Juana, sigo luchando por un puesto de trabajo estable que me permita quizás retomar el hobby de la investigación. En esa lucha a veces desfallezco y no puedo evitar preguntarme si quizás con otros estudios el camino hubiese sido más fácil. Ahora lo tengo claro: Historia del Arte ha merecido la pena, aunque sólo sea por haberte conocido.

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