Indignados versus indignados
Habitamos una era que propone cambios o, al menos, reflexión. A mi modo de ver han aparecido en escena, por simplificar, dos tipos de indignados. Unos abanderan el calificativo con orgullo y plantean, reivindican o proponen -con más o menos estilo y fortuna- nuevas maneras de enfocar el mundo. Los otros sencillamente se lamentan de la actitud de los primeros, pues a su modo de entender el mundo ya está terminado y tan sólo hay que tocar aquí y allá para hacerlo funcionar mejor.
Los segundos cuentan con el respaldo y el aliento del poder entero, que necesita esa fuerza inercial a fin de que las cosas cambien lo menos posible para sostenerse en sus privilegios, mientras que los primeros basan todo su empuje en la fe de las brisas renovadoras y la visión un poco más allá del día de hoy.
El mundo cambiará, no se dude; si un simio discrepante no se hubiera animado a bajar del árbol y erguirse bajo la reprobación del clan hoy seguiríamos comiendo higos en las ramas y despiojando al vecino. Es irrelevante que muchos se opongan, se tardará un año, dos, diez, pero lo que hoy parece definitivo y el logro máximo de la sociedad no será el día de mañana más que un escalón remoto a estudiar en los libros de historia.
No obstante, los mediocres y los conservadores serán necesarios ese día de mañana para atesorar los logros que hoy se gestan en el vientre de una sociedad nueva. Resistirse al avance es querer matar a la sociedad, pero un mundo de genios, aventureros y visionarios sería un mundo de chiflados. El orden del universo ilumina esa idea; sólo al borde del caos es posible la evolución. Habrá que arriesgarse. Digo.
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