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El «caso Wagner»

9 de Junio del 2013 - José María Izquierdo Ruiz (Oviedo)

El bicentenario del nacimiento de Wagner ha pasado en Oviedo sin pena ni gloria, como a hurtadillas. En nuestra ciudad, acreditada entre las más amantes de la ópera, se programó para el día 29 de abril nada menos que el ballet «Tristán e Isolda», pero un alegado incidente de escenografía del Ballet Nacional de Lituania dio al traste con el propósito. Tan sólo la Orquesta «Oviedo Filarmonía» ha interpretado recientemente la obertura de «Los maestros cantores», dentro de un recital de ópera y zarzuela.

En cuanto a la prensa, hay que agradecer a LA NUEVA ESPAÑA la publicación de dos reseñas relativas a dicha importante efeméride: «Bicentenario de Wagner» (el 13 de mayo) y «El bosque de Wagner» (el 22 de mayo), esta última del escritor Gracia Noriega, que se centra en la amplia, variada y valiosa obra literaria de Wagner, oculta por el inmenso árbol de su música que no deja ver su bosque literario.

Entre los ensayos de Wagner, «El judaísmo en la música» tiene un claro destinatario, el compositor judeo-alemán de óperas Jacob Liebmann Beer, más conocido como Giacomo Meyerbeer, hijo de un acaudalado comerciante de Berlín y competidor de Wagner en su tiempo. En el citado escrito Wagner desvaloriza la música de Meyerbeer, cosa que el paso del tiempo se encargaría de confirmar, y lo atribuye a que pertenece a una comunidad por la que siente una fobia involuntaria, por su apariencia externa y atavío, por su mal idioma alemán, por su aislamiento de la población autóctona, etcétera. El artículo es inamistoso con lo judío, pero tuvo poca difusión y repercusión práctica, hasta el punto de que Wagner gozó de la amistad de numerosos judíos de su tiempo.

Incluso llega Wagner a minusvalorar la música de Jacob Felix Mendelssohn, con larga ascendencia de ricos y cultivados judíos, convertido al luteranismo e integrado plenamente en la sociedad alemana. Reconoce que Mendelssohn es un músico muy bien dotado, pero cuya música es fría y no emociona. Quizá Wagner no llegó a escuchar su vibrante marcha nupcial de «El sueño de una noche de verano».

Pero, aparte de su sentimiento antijudío y de su nacionalismo alemán, no cabe atribuir a Wagner culpas que no tiene, como fue la relación amistosa que Winifred, su nuera póstuma, mantuvo con Hitler, ni la utilización interesada de su música y de su persona por el nacionalsocialismo, 50 años después del fallecimiento del compositor. Pero hasta ayer, salvo excepciones matizadas, la escenificación de las óperas de Wagner está proscrita en Israel, principalmente a causa de aquel escrito de juventud, de hace más de siglo y medio.

Cabe añadir que la emigración judía al Nuevo Mundo desveló personalidades musicales tan relevantes como Irving Berlin (Israel Baline) y George Gershwin (Jacob Gershowitz), y sus emocionantes melodías.

Escrito lo anterior, aparece en «Cultura» de LA NUEVA ESPAÑA, de 23 de mayo, un documentado artículo de Guillermo García-Alcalde «Por siempre Wagner», con referencias poswagnerianas, y experiencias personales del autor, en el que junto a encendidos elogios a Wagner y a su música menudean apelativos como «insoportable ególatra, escándalo de su vida adúltera, depredador sexual...», quizá excesivos para un artículo tan ponderado y bien escrito.

Como reconocido genio musical, Wagner se entrega a su «misión», en la que centra su arte y su esfuerzo, dando mucho más que lo que recibe. Hizo felices a las tres mujeres que le amaron, y su adulterio temporal con Cósima fue consentido y consensuado por el bien de las cuatro hijas de Cósima; pudo parecer escandaloso, pero a nadie dañó, y cuando, nacido Sigfrid, con Büllow aceptó el divorcio, Cósima y Richard se casaron en la iglesia luterana de Lucerna. Wagner tuvo por amigos íntimos a personalidades como Mallarmé, Baudelaire, Nietzsche y Listz, quienes hablan alto del carácter generalmente apacible y amistoso de Wagner y le alivian de juicios adversos.

Lo que pasa es que el sambenito con que viene cargando Wagner desde mediados del siglo pasado –ochenta años después de muerto– conduce a que no se estile elogiar su música sin, al mismo tiempo, censurar su persona. Leonard Bernstein decía que detestaba a Wagner, «pero de rodillas».

José María Izquierdo Ruiz, Oviedo

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