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En recuerdo de Concha la carnicera

8 de Junio del 2013 - Ángel de la Fuente Martínez (Oviedo)

A última hora de ayer recibía la triste noticia del fallecimiento de Concha en Avilés, ciudad en la que resido últimamente. Tuve la suerte de ser vecino suyo, prácticamente de entrepuerta desde los 9 años, cuando mis padres, allá por el año 1971, estrenaron la nueva vivienda que habían adquirido un año antes. Recuerdo sus tiempos de carnicera al lado de mi casa, el traspaso de la misma y el traslado a su nuevo domicilio, que seguía estando cerca de la casa de mis padres.

Concha fue una mujer llena de vitalidad que rompió el techo de esperanza de vida que tenían las personas de su generación pues alcanzó los ciento ocho años de edad. Emigró a la Argentina con 9 años, pero regresó porque aquél no era su mundo, trabajó siendo una adolescente en un bar de comidas en la calle de la Vega, bar El Gochín, que hoy estoy seguro que formaría parte de la guía Mi Chigrín si tuviese sus puertas abiertas. Formó una familia a los 22 años y tuvo cuatro hijos de los que vivieron tres porque el segundo nació muerto. Sus descendientes le dieron nietos, bisnietos y hasta tataranietos, y fue una enamorada de su familia como lo prueba aquella frase que pronunció en alguna ocasión: «Criar a mis hijos sanos, alimentados y bien educados es el mayor tesoro de mi vida». Y así lo hizo hasta el último día.

La longevidad de Concha la hizo tener que afrontar los diferentes avatares de nuestra historia, entre los que destacan la Guerra Civil y la dura posguerra, en la que tuvo que soportar la tiranía de aquel siniestro consumero que trajo de cabeza a buena parte de la parroquia pero que con ella no pudo; a pesar de todo a Concha nunca le faltó el humor y yo disfrutaba escuchándola cuando se paraba a charlar con mi madre, porque siempre había un hueco para la risa. Sus golpes eran únicos y eso la hacía a la vez entrañable. Fue una mujer trabajadora desde temprana edad y hasta hace tres años, con 105 años, trabajó la tierra, aunque últimamente en el huerto que tenía detrás de casa; pero siendo octogenaria, e incluso nonagenaria, cultivó la tierra que tenía en La Llera, la llanura aluvial de Las Caldas, en la que sembraba patatas y, cuando tocaba la recolección, solía tener la colaboración de su nieto Javi, que las transportaba en una carretilla hasta casa.

Pero el paso del tiempo no es en balde y, con lentitud pero sin pausa, fue consumiendo a nuestra centenaria vecina, con quien celebramos en el hotel balneario de Las Caldas su 106.º cumpleaños el 12 de octubre del año 2000, aunque la fecha de su nacimiento fue el 15 de octubre de 1904, en la parroquia de Santa María de la O, de Limanes, por lo que fue una vecina de adopción. Pero ella hizo siempre gala de ser de Las Caldas, pueblo de la parroquia de Priorio en el que vivió más de ochenta años.

Asturias es una región en la que la longevidad es una realidad. Muchos recordamos al cura de Abres, don Álvaro, que estuvo en activo hasta que falleció, y lo hizo a la edad de 107 años. Este hombre decía que su longevidad era la consecuencia de la moderación en sus hábitos diarios como el comer, beber, caminar... Concha achacó siempre la longevidad a su profesión porque fue una maestra de la chacinería, y prueba de ello fue la fama de sus morcillas. Siempre dijo que el médico le recomendó tomar morcilla porque tiene sangre y cebolla; según ella, es muy bueno para el organismo y por eso siempre comió la fabada con todo su compango.

Mi apreciada Concha: Las Caldas nunca te olvidará, siempre recordará a la vecina alegre, simpática, coqueta con su moño, labios y uñas pintadas de color rojo... y en los últimos años tomando el sol en la acera de tu casa, leyendo el periódico después de poner al día el huerto, tu huerto, que, como bien dijiste, no querías que lo trabajase nadie porque te gustaba hacer las cosas a tu manera. Por mi parte, nunca olvidaré el libro que me regalaste, «Guía turística de Oviedo –La ciudad y el concejo–» en el que hice constar estas palabras: «Las Caldas, a 8 de abril de 1995, siendo las veinte horas, Concha la Carnicera me hace entrega, en casa de mis padres, de este libro indicándome que haga constar una dedicatoria». Así lo hice.

Espero que en la nueva vida que acabas de inaugurar disfrutes del descanso que mereces; y estoy seguro de que al entonar «Venid en su ayuda, santos de Dios; salid al encuentro de su alma, ángeles del Señor, recibid su alma y presentadla ante el Altísimo», estoy seguro de que la Virgen, a quien tanta devoción profesaste bajo su advocación de la Inmaculada Concepción, estará esperándote para gozar de tu presencia en la eternidad y sabrá recompensarte porque todos los años siempre te acordabas de ella cada 8 de diciembre.

A tus hijas Pepita y Conchita, a tus numerosos nietos, bisnietos y tataranietos les queda un recuerdo imperecedero que transmitirán de generación en generación, porque la memoria es algo que ni la muerte borra. Descansa en paz.

Ángel de la Fuente Martínez

Oviedo

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