Yerbatas agradecidas
Hace unos días hemos pasado por la amarga experiencia de perder a nuestra madre. Sé que esto es común a muchos lectores y huelga decir cómo se siente esa pérdida.
Mi madre, Silveria, decía adiós a la vida el jueves 23 en San Julián de Bimenes, tras una larga y dolorosa enfermedad. Y fue a través del lánguido tiempo de su lucha por la vida como pude ir descubriendo la proximidad, cariño y solidaridad de muchísima gente. Primero, al comienzo de su enfermedad, tras los tratamientos de quimioterapia que la dejaban abatida y desganada, tuvo la cercanía de los vecinos de Suares que la visitaron continuamente, que la animaban a seguir luchando por la vida, que se acercaron a su casa con el pastel que habían hecho a ver si le apetecía, que abrían su cocina a su apetito, que le dispensaron compañía y favor. Luego, cuando las cosas empeoraron y se vio abocada a una convalecencia sin retorno, ¡cómo sentimos la cercanía de determinadas personas! La velaron, la cuidaron, nos animaron a mi hermana Nati y a mí. Podría decir sus nombres, pero para qué. Sobradamente saben que en nuestro corazón y recuerdo están grabadas con el indeleble rótulo del agradecimiento. Posteriormente, al final, en el tanatorio, funeral y en el momento del sepelio, siempre me sentí acompañada aunque mi hermana no estuviese porque el desenlace final ocurrió estando ella en Etiopía para hacer una adopción. Y siempre la calidad personal de los profesionales que la atendieron. Desde la triste experiencia de la pérdida emerge la alegría de saber que en los momentos difíciles hay quienes te extienden la mano amiga. Mis gracias y las de mi hermana Nati a todas las personas de buena voluntad que han compartido nuestro dolor y sobre todo a quienes tuvieron un poco de su necesitado tiempo para nuestra madre. Yo nunca pensé que podrían deberse tantos favores, y como seguro no sabré devolvéroslos, que Dios os lo pague.
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