Infiesto llora a Maria Cristina
El lunes en Infiesto, la gente que salía al mercado, no se encontró con la presencia de Maria Cristina, como tantas veces, sino con la triste noticia de que ya no volverían a verla más.
La dolorosa información de su inesperado fallecimiento corría de boca en boca. Nadie se sintió ajeno a la noticia. Todo el mundo la conocía y la quería porque era una persona, muy cercana, simpática, cariñosa y comunicativa.
Estaba en Madrid pero vivía para Infiesto. Le preocupaba todo lo que pasaba en el pueblo, lo bueno y lo malo involucrándose apasionadamente en todo lo que allí acontecía.
Vivió entregada a su familia sin abandonar a los amigos, por eso se comprende el terrible desconsuelo de Mauro, de sus hijas Cristina y Paz, de sus hermanas Pacina y Pilarín y de todos los que tuvimos la suerte de compartir la vida con ella.
Se me amontonan los recuerdos. Desde niñas jugando en la huerta. De las primeras romerías. De cómo juntas vimos crecer a nuestras hijas. De tantas cenas, viajes y conversaciones interminables. No perdió el buen humor ni en las adversidades.
En alguna ocasión me dijo que no le asustaba ni le daba miedo morirse porque ya había vivido lo mejor de la vida.
Me cuesta creer que la vida haya pasado tan rápido, y que todo haya terminado ya.
Nos queda el consuelo de que pudo hacer lo que más le gustaba .Disfrutar de los nietos, tomar el sol, ir de compras, veranear en Infiesto y no perder fiesta ni reunión.
Estoy segura de que le gustaría que la recordásemos así como era, alegre, vitalista y divertida.
Su irremplazable ausencia marcará el verano en Infiesto porque deja un enorme vacío en la calle, en las terrazas, en la piscina, en las partidas de parchís y en nuestra pandilla muy menguada por tantas adversidades y que ya nunca volverá será la misma.
Solo perdurará siempre su recuerdo, porque la huella que nos dejó su paso es absolutamente imborrable.
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