La revolución social será moral o no será
Fue Emmanuel Mounier quien se expresó de esta manera en el primer número de la revista «Esprit» en 1933. La idea es que la persona hereda a través de su educación logros de quienes la precedieron y debe, con su trabajo asociativo y vocación comunitaria, dejar nuevos logros a las generaciones siguientes. No somos individuos inmortales como los clónicos protozoos, somos personas en constante evolución con una educación que hereda nuestra descendencia, a la que dejamos sitio. Creativos, resolvemos los problemas fabricando herramientas, y, reflexivos, nos enfrentamos a nuestros miedos. Deseamos la libertad y abolir la violencia, pero, estúpidamente, acabamos ejerciéndola los unos sobre los otros. No se trata de uniformar y dominar, eso lo sabemos hacer como sabemos que moriremos, pero creemos que si dominamos a otros poseeremos vida y burlaremos la muerte. Absurda pretensión, nada nos hará inmortales, ni poseeremos así «la libertad». Nuestra repetida evolución es la de la igualdad para ser personas únicas e irrepetibles dentro de una común unidad; personas con capacidad para amar al próximo, darle la libertad, y, al que venga detrás, dejarle la educación y los logros. Nuestra revolución social es nuestro desarrollo personal: el respeto a nuestra interna naturaleza de seres humanos y a la externa de nuestra Tierra. Pero no educamos para anteponer la persona a cualquier planteamiento económico-social impidiendo esa antinatural sumisión, es más, hemos eliminado prácticamente las Humanidades de la educación. En resumen: no se trata de ver qué premio le corresponde al ganador, sino de qué es lo que vamos a hacer con el perdedor. ¿Mantendremos su dignidad, o le castigamos sin «posibles»?
Han pasado dos años desde el 15-M del 2010. El valor diferencial del 15-M está en que su actividad no la asumen como militantes de un partido, sino que, con sentido comunitario, asumen que lo único importante son las personas. Ha pasado casi medio siglo desde que Hannah Arendt, en referencia al mayo del 68, dijese: «Si uno formulara a un miembro de esta generación dos sencillas preguntas: ¿Cómo quieres que sea el mundo dentro de cincuenta años?, y ¿cómo quieres que sea tu vida dentro de cinco años?, las respuestas vendrían precedidas de un: «con tal de que todavía haya mundo» y de un: «con tal de que yo siga vivo». En palabras de George Wald, «Con lo que nos enfrentamos es con una generación que no está por ningún medio segura de poseer un futuro». Porque el futuro, como Stephen Spender lo expresó, es «como una enterrada bomba de relojería, que hace tic-tac en el presente». A la pregunta a menudo oída: ¿Quiénes son los de la nueva generación?, se siente la tentación de responder, los que oyen el tic-tac. Y a la pregunta: ¿Quiénes son los que les niegan profundamente?, la respuesta puede ser: los que no saben, los que no conocen los hechos o se niegan a enfrentarse con ellos tal como son».
La democracia actual ha perdido toda representatividad. Los aparatos de los grandes partidos ya no representan ni a sus afiliados. Sólo están para conseguir «posibles» y que se les subvencionen vida y gastos, a ellos y a sus acólitos. Esa es la altura moral de sus aspiraciones, o sino: ¿cómo se explica todo de lo que nos vamos enterando sobre el costo inmoral de sus gastos corrientes?
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