Cerremos la Jueya
Para mí, a grandes rasgos, la historia ha estado definida por dos tipos de personas. Están las que se pasan toda la vida huyendo de su adolescencia y las que la buscan. El problema, con las primeras, es que a menudo imponen su visión del mundo para evadirse de lo que no les conviene o para acabar con ello. Y aclaro que, para mí, la adolescencia es esa etapa fácil, donde los impulsos nos dejan ir tras ellos. Creo que la educación ha convertido la adolescencia en algo que aparcar antes de entrar en clase, no vaya a ser que participemos en nuestra educación.
La asignatura de «Jueya» nos permitió, a mí por lo menos, poder decir «en mi educación mando yo». Pero no en un sentido positivo, en absoluto, porque parafraseo a Salvador de Madariaga, cuando escribió «en mi hambre mando yo». Y escribo por esto, y no por otra cosa, a mí me llegaron a insultar en los pasillos (por supuesto, no mis compañeros) por cosas que publicamos, pero más tarde que pronto aprendí a girar mi índice contra la sien y tomarme las cosas con calma. Lo que no me tomo con calma es que desvalijen el único sitio donde pudimos ser adolescentes, y aprendimos siéndolo. ¿No se dan cuenta de que con las prohibiciones lo único que consiguen es alejarnos más de nuestro proceso formativo? Normal entonces que digan que somos ajenos al centro, porque siempre nos hicieron serlo. Y la situación actual deriva de un único artículo, que les molestó, por atrevernos a opinar sobre la gestión del centro. En cambio, nunca me consideraré ajeno a la «Jueya» y espero no ser de la última generación de afortunados.
O igual me equivoco y sí tienen razones para acabar con la «Jueya». Porque quizá queramos jóvenes sin iniciativas, pues el año pasado, con diferencia, tuve más proyectos e ilusiones que nunca. Tal vez no nos preocupe la situación política, porque aprendimos a pensar por nosotros mismos, hasta tal punto de independencia que entre amigos nos presentamos a las elecciones. Tampoco creo que nos echemos las manos a la cabeza cuando ya no haya periodistas sino payasos, porque fue el único sitio donde me enseñaron a ser crítico. Si es que prohibiendo la «Jueya» hasta prohibimos la desilusión, porque no hay nadie que se desilusione con lo que nunca lo ha ilusionado, y vaya crimen que cometieron estos filósofos haciendo que me gustara ir a clase, curiosos criminales...
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