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Malnutrición infantil

10 de Junio del 2013 - José Antonio Gutiérrez Glez. (Piedras Blancas)

Solamente pensarlo da escalofríos. La crisis económica que está golpeando España no solo entraña el drama del paro, sino que con su implacable persistencia está haciendo aflorar cada vez mayor número de casos de menores que sufren una alimentación deficiente. Los bancos de alimentos dan la voz de alarma: en los últimos tiempos han aumentado excesivamente las familias con niños que acuden a sus dependencias en busca de productos que llevarse a la boca. Y si quienes hablan son las asociaciones de padres y madres de alumnos, la realidad no es menos preocupante. En condiciones pasables, muchos niños solo realizan al día la comida del colegio.

Soy consciente de que hay acontecimientos en nuestro país que marcan la actualidad política: casos ERE, Gürtel, Urdangarin, Bárcelas, la prisión de Blesa, etc., constituyen todos ellos noticias de cierta relevancia pero, a decir verdad, ninguno de ellos me conmueve. De todo el entramado informativo lo que más me duele es ver cómo la malnutrición de miles de niños españoles ha derivado en una escalofriante realidad.

Es decir, ya no se trata de un colectivo esporádico e insignificante en número. La malnutrición infantil es un hecho que urge resolver con diligencia y, a la vez, una vergüenza nacional que esto ocurra en España en pleno siglo XXI por mucha crisis que exista.

La labor de Cáritas, Cruz Roja, el Banco de Alimentos, etc., es extraordinaria y algún día habrá datos que nos digan hasta qué punto estas organizaciones y otras de menor tamaño han sido decisivas para que en muchas zonas de España no se produzca una auténtica explosión social.

Pese a las altas cifras de angustia, los expertos apuntan que por ahora en Asturias el drama está algo distante del que sufren otras autonomías, como pueden ser Andalucía, Canarias y Cataluña, pero aunque las cifras sean menores y las familias asturianas tengan un planteamiento de pura lógica de supervivencia, está claro que la alarma lanzada, retrotrae a una época oscura, cuando el Plan Marshall en los años cincuenta del pasado siglo llenaba las barrigas de los escolares con leche en polvo. Frente a esta situación no caben medias tintas. Cada niño con hambre tiene que ser un continuo aguijón clavado en el culo de cualquiera de las administraciones del Estado.

Está meridianamente claro que en situaciones como la actual, la vigilancia social debe ser extrema para detectar a tiempo los casos existentes. Dar de comer a niños malnutridos no requiere partidas económicas fastuosas. A lo mejor bastaría con que cada gobierno autonómico revisara sus cuentas y prioridades. Lo urgente es que los niños españoles, todos, en situación más desfavorecida coman dignamente y si para ello los responsables autonómicos tiene que recortar otras partidas, que lo hagan.

Cualquier cosa menos el bochorno y la vergüenza que produce a todo bien nacido saber que hay niños en nuestro país que rebañan los platos de sus compañeros de mesa. Eso jamás.

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