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Sobre los políticos

17 de Junio del 2013 - Julio García García (Oviedo)

No pretendo atacar a los políticos, hoy tan frecuente. La política es una de las actividades más nobles, más necesarias, de mayor mérito y responsabilidad, que el hombre puede realizar.

Las personas que ocupan cargos públicos trascienden del orden privado, sus intereses particulares, para entregarse al bien común de los demás.

Ya no sirven al interés de un partido, un grupo o una clase, sino un bien superior. Sin la actividad política, en los diversos ámbitos, serían imposible el orden social, la paz, la convivencia, el desarrollo de todas las demás actividades y el progreso.

Por ello, quienes ocupan cargos públicos deben ser respetados, valorado estimados.

Los políticos tienen derecho a ser retribuidos dignamente, según su dedicación y la trascendencia y responsabilidad de sus decisiones. No caben en esta cuestión mezquindades.

Pero deberían evitarse ciertos males que están muy arraigados:

Uno de ellos es el excesivo número de cargos públicos. No es admisible, soportable, la existencia de 17 miniestados, reproducción del estado nacional, que además del daño económico y de calidad han resquebrajado la unidad de España desarrollando un localismo de cortos vuelos.

El sistema de diputaciones y delegados de los distintos ministerios funcionó eficazmente en tiempos anteriores.

En segundo lugar, hay que evitar que lleguen a los cargos políticos personas sectarias, sin los niveles intelectuales, profesionales y morales que cabe exigir. No se puede entender la oposición como un sistemático decir «no» a lo que los otros dicen «sí» y viceversa. Ni pretender ganar en la calle lo que no se ganó en las urnas. Es triste el panorama que nos ofrecen quienes no quieren, por la violencia y la descalificación, asumir la derrota electoral y dejar gobernar a vencedores.

Igualmente, deberían existir unas exigencias rigurosas, de edad, prestigio profesional, personal y nivel intelectual, especialmente para cargos de gran responsabilidad (presidente del Gobierno, ministros, presidente de las Cortes, etc.). No es suficiente que figuren en listas cerradas y bloqueadas hechas por los partidos.

Los políticos deben estar eficazmente protegidos de la injuria, la calumnia, la descalificación y el acoso. No es tolerable que vivan continuamente bajo la sospecha de corrupción, de que solamente piensen en enriquecerse y favorecer a los suyos.

Actualmente existen casos de corrupción, bastantes, lamentablemente, pero hay que hacer justas precisiones. La primera es que no se debe generalizar, que son muchos más los que actúan de forma legalmente honrada que los corruptos. La segunda es que la enorme nómina de cargos (ayuntamientos, comunidades, Cortes, Senado, etc.) hace humanamente explicable que haya un porcentaje de ellos que van a medrar, que van a asegurarse su porvenir. Pero es posible que su número no sea superior a los corruptos de otros sectores sociales.

En todo caso, el honor de las personas es sagrado y mientras no haya una sentencia condenatoria firme o pruebas innegables, hay que presumir la inocencia.

Y, por otra parte, si se está educando a las nuevas generaciones en la idea de que no existen valores morales permanentes y universales, que todo es relativo y subjetivo y que la mayoría legal puede hacer buena cualquier opción, ¿se puede esperar que sean generalidad las personas con sentido del valor que tiene el vivir y sacrificarse por el bien de los demás y que hacer el bien constituye por sí una retribución?

Hacemos estas consideraciones refiriéndonos a la importancia de la función política. No entramos en el contenido de los programas que presenten los distintos partidos, problemas de vital importancia para que los pueblos sean bien gobernados.

Julio García García

Oviedo

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