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Acordanza del doctor Viña

23 de Junio del 2013 - José Antonio Tamargo (Gijón)

En un lugar de Luanco –la tranquila y bella villa marinera natal– de cuyo nombre sí quiero acordarme, había nacido el doctor Luis Viña Viña, de grato recuerdo –de bien nacidos es ser agradecidos– ex abundatia cordis. Por suerte. La dinastía de los Viña es luanquina de corazón y de tradición. Tienen unos valores humanos cristianos de nobleza, paciencia –con la uve doble de seudónimo– proverbiales. Son personas de bien, de cordial bonhomía. Son el fruto del sarmiento de una buena vid. El patriarca Noé era agricultor y fue el primero que plantó –plantando pepitas de vitis vinefera silvestris– obtenía vides (Génesis) que producían una uva –compite con la púrpura– de moscatel riquísima. Como los Viña. El prestigio del doctor Viña, especialista en traumatología, era extraordinario. Detrás de una gran médico siempre hay una gran mujer generosa. En Asturias, fue un pionero, en la década de los 60, en las cirugías de prótesis de cadera y hernia discal. Tenía unas manos de oro operando. La traumatología está toda en los libros, pero él la tenía en una mente elevada y enciclopédica. En Oviedo, marcó una época y sentó cátedra de profesor, dejando una impronta de bien hacer. La categoría la da la educación de la capital y no el dinero. Ejerció la medicina con probidad y sin mirar la condición de los pacientes. Todos los días los visitaba en el antiguo Sanatorio Girón. Era humano con todos, fueran propios, prójimos o próximos (con los redactores de LA NUEVA ESPAÑA solía conversar distendidamente). El acto médico es un acto humanitario. Es fundamental en el proceso curativo y forma parte de la terapia. En la gestión de la medicina hace falta un poco de humanidad. Un diagnóstico suyo concordó con el de otro colega de París. Estuvo de médico residente en la Clínica Universitaria –sin la práctica de la investigación: el futuro serán las células como medicamento y la docencia, la medicina no tiene razón de ser– de Düsseldorf (Fráncfort), donde se celebra la fiesta alemana de la cerveza Oktoberfest, con salchichas asgaya (solía decir). Era más bueno que el pan. Te queremos, te recordamos en la oración y no asistimos a tu despedida debido a que un gen defectuosu y negligente –siempre están regando fuera del tiestu– nos lo impidió. Lo hemos sentido mucho. Un dies natalis todos nos volveremos a ver en la viña del Señor. Con afecto.

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