Más sobre «La última gran dama del palacio de Entrago»
Muchas gracias, Celso, por el artículo publicado sobre mi tia Alicia Cañedo en LA NUEVA ESPAÑA del día 16 de junio de 2013 en el que reflejas con gran proximidad y cariño tus experiencias en estos años y los pasados en el palacio de Entrago.
Yo sólo quiero aportar un poquillo más de mi cosecha y como homenaje a nuestra tía Alicia tan querida.
Después del día de Covandonga, 8 de septiembre, en Ribadesella se empezaba a notar aires de cambio. Era el momento de cerrar una casa y abrir otra. Tía Alicia y Enedina hacían sus equipajes y salían en dirección al pueblo de Entrago (Teverga), donde estaba la casa en la que iban a pasar las siguientes semanas hasta que la nieve del Puerto Ventana las echara para pasar otro invierno, una en Madrid y la otra en su pueblo de Candás.
Son tantos y buenos recuerdos que no sabría resumirlos en estas líneas. Desde luego, daría para escribir un libro. Pero quiero decir que tía Alicia, en su afán de conservar la casa de Teverga en la familia, lo que consiguió es darnos una gran oportunidad de valorar las cosas importantes de la vida y, por supuesto, muchos años de felicidad. Abría la casa a todos sus sobrinos, a los amigos de ellos, a sus maravillosas e inigualables primas, Mariquilla, Quine, Pili, Loti y Martita Pidal y al resto de su familia y amigos. Era todo acogedor. La casa llena siempre de gente, grandes tertulias en el salón cuando caía el sol, partidas de escoba y pocha en el cuarto del oso, aperitivos inigualables bajo los nogales, paseos por todos los pueblos de alrededor, alguna copilla observando la peña Sobia desde el bar La Chabola con la colegiata en primer plano.
También me acuerdo de las llamadas de mi madre desde Madrid, ya a principios de octubre diciéndole a tía Alicia: «No sé qué hacéis todavía en Teverga. Queréis hacer el favor de venir de una vez». No entendía que pudiéramos disfrutar tanto y sobre todo con el frío que ya empezaba a hacer.
Esas comidas y cenas en la mesa redonda de comedor con la sopa de punteta, la carne a la carbonera y el flan de avellanas y nueces, y el arroz con leche, no lo olvidemos.
Bueno, Celso, eso, que muchas gracias y a ver si un día me aventuro a contar todas estas historias de la cotidianidad, de las cosas pequeñas que son las más grandes, de tener tiempo para la observación y la meditación, y la suerte de haber conocido a gente tan entrañable y buena.
Y ahora, para terminar, me dirijo a tía Alicia, que por todo esto y por muchas más cosas te quiero dar las gracias de corazón.
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