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Un revolucionario que falleció un 26 de junio

25 de Junio del 2013 - Juan Lozano Garrote (Oviedo)

Dentro de nuestra rica lengua castellana siempre me ha llamado la atención el marcado carácter positivo de alguna de sus palabras. Por ejemplo, si yo hablo de avance inmediatamente todos pensamos en algo bueno, aunque de por sí esta palabra no quiera decir mucho más de lo que en sí misma entraña. Algo parecido pasa, por ejemplo, con la palabra revolución. Como por instinto todos tendemos a imaginarnos un período crítico previo al advenimiento de un porvenir mejor. Pero, ¿qué es la revolución? Discúlpenme los académicos si mi atrevida pluma se aventura a decir, quizá sin mucho rigor, que revolución significa cambio radical. Y, entonces, ¿qué son los revolucionarios? En definitiva, son personas que de vez en cuando surgen en el mundo dispuestas a cambiar el panorama que les rodea, ajenas a si les señalan con el dedo o si les marcan con una equis en la frente.

Algo así era (san) Josemaría Escrivá. Un revolucionario. En un mundo marcado por las diferencias ideológicas y una guerra fría en plena efervescencia, Josemaría Escrivá se atrevió a predicar un mensaje: que tienes la obligación de contribuir a la felicidad de todos, que no podemos ser egoístas, que todos podemos ser santos. Pero, ¿acaso era éste, de verdad, un mensaje para todos? Sí. A los casados, a las casadas, a los solteros, a los obreros, a los intelectuales, a los campesinos. Los de la derecha, los de la izquierda, los de enfrente, los de atrás. En definitiva, como él mismo decía con su típica fuerza aragonesa, todos, todos, todos ¡No podemos cerrar los brazos a nadie! ¡No podemos ser personas de partido! ¡No podemos hablar de luchas! (). ¡Hay que hablar de entendimientos! Y si el mundo está mal, con guerras, hambre, corrupción y afanes desmedidos de poder, hay una solución inmediata: ser mejor cada día tú y yo.

Es en medio de las cosas más materiales de la tierra donde debemos santificarnos sirviendo a Dios y a todos los hombres. En un laboratorio, en el quirófano del hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día.

Nos dejó tal día como un 26 de junio. Sus huellas aún perduran. Algunos, como el que esto suscribe, no tuvimos la dicha de conocerle en vida, pero basta con asomarse un poco al personaje histórico para sentir atracción por su vida y obras. Un revolucionario. Así era, o por lo menos así le ve un servidor, Josemaría Escrivá. Y así se rubrican las grandes revoluciones.

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