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Olivenza y Táliga, en una frontera que cambia

28 de Junio del 2013 - Ángel García Prieto (Oviedo)

Un paseo por la elegante villa blanca de Olivenza, en la provincia de Badajoz, sirve para darse cuenta de que lo portugués convive con lo hispano tanto en la lengua, como en las costumbres y los gustos de sus habitantes. El precioso palacio de los Duques de Cadaval está situado en la misma plaza donde luce con una elegancia magnífica la iglesia de Santa María Magdalena, con una puerta renacentista espléndida de mármol y otra manuelina, para entrar a su nave con paneles de azulejería, retablos barrocos y columnas retorcidas, que evocan a la singular igreja de Jesús de Setúbal y hacen pensar si el arquitecto no sería el mismo, es decir, el gran Boitaca, el del Mosteiro dos Jerónimos de Lisboa; no sin motivo alguien ha dicho que ésta es «la mejor iglesia del Alentejo portugués».

El núcleo histórico de la villa sigue con los palacios de la Casa de la Misericordia, casas nobles, las puertas de Alconchel, de los Ángeles, del Calvario, los cuarteles y Baluartes de la muralla, la iglesia de Santa María del Castillo, también magnífica. En fin, una joya portuguesa, desde hace dos siglos en España, junto al Guadiana.

También el municipio de Táliga, situado a unos veinte kilómetros de Olivença hacia el sureste, que había cambiado siete veces de nacionalidad en los seis siglos anteriores, dejó de ser portugués en 1801, tras el plan napoleónico de invasión del país luso, en el que España colabora con Francia y el país luso cede a España «la plaza de Olivença, su territorio y los pueblos desde el Guadiana». Fue lo que se dio en llamar la Guerra de las Naranjas, porque el general Godoy envió a la reina unas naranjas de aquella comarca, para significar el triunfo, sin batalla, sobre los vecinos portugueses.

Táliga es un pueblo con cierto aire alentejano, y con apellidos que también pueden encontrarse con facilidad en otros concejos portugueses de las cercanías, dado este tráfago histórico de idas y venidas de los taligueños que pudieron cambiar de tierras huyendo de las violencias que variaban las fronteras. Se dice que su nombre podría tener su origen en el árabe «tariq» («separada», de Alconchel, el pueblo vecino), pero también de «talega», porque siempre se dedicaron a hacer y comerciar harinas, que se portaban en sacas o talegas. Quizá también por eso el apellido Fariña se haya extendido en el concejo español y en los portugueses de alrededor, como Borba o Reguengos. En fin, mezclas y duplicidades lógicas, como lo es que todavía un veinte o treinta por ciento de sus habitantes hablen el portugués. En fin, cosas de una frontera, una raya, permeable.

Ángel García Prieto, Oviedo

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