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Armas de destrucción masiva

28 de Junio del 2013 - José María Izquierdo Ruiz (Oviedo)

El Tratado de no proliferación de armas nucleares está obsoleto. Su objeto no es evitar la destrucción masiva, sino que unos la puedan provocar y otros, no. Yo tengo muchas cabezas nucleares, pero tú no tienes derecho a ninguna, porque, si no, te destruiré con armas de destrucción masiva «convencionales», misiles, bombardeos, embargos y demás.

Más prudente y equitativo sería firmar un Tratado de destrucción de armas nucleares. Es sabido que el uranio enriquecido, de las cabezas nucleares, puede volverse a niveles mucho más bajos de energía, suficiente para su uso industrial y doméstico; es el llamado programa «Megatones por megavatios». Este mismo tipo de tratado podría extenderse a otras armas de destrucción que, a través de su uso masivo, consiguen el mismo efecto demoledor, como, por ejemplo, en Irak, donde, sin otra causa que la codicia, se ha conseguido similar mortandad que en Hiroshima y Nagasaki hace 70 años. ¡Lástima que la «memoria histórica» sea tan selectiva!

Ahora se habla de los «drones» o aviones no tripulados, que, a pesar de atacar sólo a blancos «selectivos», están diezmando a muchas familias en Pakistán, un país llamado amigo. De momento, no hay un tratado de no proliferación de estos ingenios de destrucción de vidas ajenas, sin peligro alguno para la propia. Y están en pleno desarrollo los llamados robots «asesinos», que serán tan culpables o inocentes como quieran las manos que, a distancia, los gobiernen.

Esos mismos poderes mundiales, nada difusos ni ocultos, y sus mediadores, como el FMI –que han promovido esas otras armas de destrucción masiva como la globalización, la deslocalización, la desregulación, la disregulación, el descuelgue, la competitividad, la depauperación de la mayoría, la jibarización de los servicios públicos y, en suma, el retorno al feudalismo y al estado de malestar–, saben muy bien, como ya lo sabe todo el mundo, que no hay otra solución para salir de la llamada crisis que una redistribución equilibrada y justa de los bienes, de los servicios y del bienestar. El problema no lo va a resolver la codiciosa «kakistocracia» (gobierno de los peores), que lo ha creado.

Dentro de este panorama de desmoralización, en su doble vertiente de pérdida de la moral y de desmantelamiento de los valores morales, surgen individualidades generosas y valientes como la de Edward Snowden, que, en plena juventud, pone en riesgo el bienestar de que gozaba denunciando esa otra arma de destrucción masiva que es el espionaje planetario, telefónico y en la red del ciudadano y de los medios, convirtiéndose así, como dice Eugenio Fuentes en LA NUEVA ESPAÑA del 11 de junio, en el «martillo del Gran Hermano mundial», que nos trae el recuerdo de los grandes visionarios como Eugueni Zamiatin, Aldous Huxley, Ray Bradbury y George Orwell, que llevan camino de quedarse cortos en sus profecías.

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