¡Qué dolor de Justicia¡
Ese es el contenido lamento que una mayoría ciudadana a duras penas retiene para sus adentros ante la lacerante exhibición de silencio, dejadez y omisión que la Administración de Justicia de este país les brinda a algunos plusmarquistas de la indecencia, aunque nadie sabe cuánto más va aguantar la paciencia colectiva antes de que surjan nuevos escraches ante las más altas instancias judiciales o los domicilios de quienes encarnan sus respectivas titularidades.
La laxitud, el descarado trato de favor y la clamorosa arbitrariedad que se le dispensa a personajes de paupérrima ejemplaridad, como ex tesorero Bárcenas, el Duque Urdangarín o el excarcelado banquero Blesa por citar solo unos pocos entre demasiados más de parecida reputación pública- han conseguido dinamitar el ya escaso crédito social que a esa Administración le restaba tras haber fulminado profesionalmente y por la vía de urgencia al juez Garzón cuando trataba de ventilar las pestilentes cloacas del caso Gürtel.
Muy ciego y sordo hay que estar sin entrar en otros supuestos- para mantenerse impertérrito ante la creciente alarma social que algunas instancias judiciales están generando con sus desiguales varas de medir, así como con el indirecto descrédito que basculan sobre la labor de aquellos jueces honestamente comprometidos con su quehacer.
Quienes ostentan altas responsabilidades en esa controvertida Administración podrán apelar, como cualquier otro ciudadano, a su derecho a ser respetados, pero tendrán mucha tarea por delante si es que también pretenden contar con la consideración ciudadana, porque esa hay que ganársela. De momento, cuantos pertenecemos a ese último colectivo tenemos bastante con soportar el extremo bochorno público que provoca el desolador panorama judicial, además de contemplar su demoledora aportación a la credibilidad y a la imagen de este país ante cualquier otro mínimamente serio.
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