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Mártir de las apariencias

3 de Julio del 2013 - Juan González Díaz (Oviedo)

El logo que tal vez describa mejor la situación de la Iglesia en estos últimos tiempos es el término desapego. Desapego de la cotidianidad del antes feligrés, ahora agnóstico o ateo; desapego del mundo del devenir, de la realidad que acecha a las mayorías que ahora han dejado semivacíos sus otrora rebosantes templos.

Entre las muchas razones que el pensador hábil podrá averiguar para justificar esta acuciante desafección, a mi humilde juicio sobresale la falta de conexión entre el clero y el parroquiano medio. Uno agitado por sus tribulaciones humanas, el otro tan inmerso en sus preocupaciones metafísicas que sería incapaz de ver los problemas de su cliente aunque ante sus narices se la presentaran.

Esta distancia intelectual entre las dos partes que componen la viña del Señor nos conduce, siguiendo un razonamiento analítico, a la caída del cristianismo en Occidente (al menos como fenómeno masivo), con todo lo que ello comportaría. Pues bien, pese a que parezca poco menos que un imposible, aún conozco a un prelado que ha conseguido mantener viva la llama de la Palabra entre el pueblo del siglo XXI, del mismo modo que ha sido capaz de redimensionar el mensaje tradicional y lleno de ácaros hasta el punto de que muchos niños de hoy y otros que lo fuimos hace no tanto en los ovetenses barrios del Cristo y Buenavista hayan acudido a la misa dominical sin tener que ser sometidos a una retahíla de amenazas y chantajes paternos.

Para el lector inmiscuido en la actualidad de la prensa, saltará a la vista que me refiero a Pochi, formalmente José Ramón Castañón, cura tantas veces mentado últimamente en los medios locales. Lo cierto es que Pochi no plantea una revolución del concilio Vaticano II, no busca reformular, a mi parecer, las bases del catolicismo, no es el Martín Lutero de Vetusta y no veo para quién puede resultar una amenaza, siquiera una molestia.

Pero a la luz de los hechos resulta evidente que Pochi, sin manifiesta intención, ha levantado ampollas. Las hipótesis sobre las causas de los resquemores que suscita son tan numerosas como posibles e inciertas. ¿Quizás un arzobispo especialmente intransigente con la forma de predicar de su prójimo? ¿Tal vez las envidias que ha debido despertar su inusitado éxito entre sus colegas de oficio, incapaces de sobrellevar la soledad a la que ellos mismos se han impulsado? ¿O puede ser que ese sector inflexible, tradicionalista y con un fuerte carácter clasista (que tristemente hace muchas veces de estereotipo de millones de católicos) haya visto como intolerable una gota de innovación en sus liturgias? Yo me limito a admitir mi carencia de información a este respecto, aunque las suspicacias son más que simples chismes por completo infundamentados.

Para cerrar este escrito he de sentenciar con algo de firmeza que no hace falta ser teólogo para saber que a las personas se las conoce por sus actos, y que la forma de proceder de Pochi siempre se ha aproximado al modo de vida que dicen que predicaba, milenios ha, aquel hijo de carpintero de Belén mucho más que el selecto grupo de detractores que forman su oposición, que, empleando otro símil bíblico, son el paradigma de fariseos.

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