Adiós, Santa Teresa, adiós
Las primeras campanadas del reloj de la pared anuncian que han llegado las ocho de la tarde.
Unos minutos más y la puerta que separaba los secretos de la tienda ante el exterior dará su última vuelta al cerrojo.
Como Firmín, pequeño ratón de biblioteca, personaje que asomó de la mente del escritor Sam Savage, que durante años y años, siempre a la sombra del insigne librero, se dedicó a impregnarse de la sabiduría que le proporcionaban los muchos libros que en las estanterías de una librería dormitaban para su deleite y regocijo. Pero ahora sólo puede sentir una profunda tristeza. Su culto y acogedor refugio, aquel que desde el escondite le permitió ver, día tras día, a tantas y tantas personas que buscaban encontrar esa medicina espiritual en forma de libro, una de las terapias más hermosas que el ser humano ha descubierto jamás: el placer de la lectura.
Un placer que, para los más mitómanos, una vez más se va a quedar huérfano. Y para ello me remito, con el permiso de mi estimado Luis Martín, nuestro presidente, a usar sus palabras:
La ciudad de Oviedo va a perder una de sus identidades y, lo que es peor, ese hueco dejado no podrá ser reemplazado.
Se apagarán las luces y nuestros pasos ya están en el quicio de la puerta. No sé si volver la vista atrás, a su recordada fachada, a rememorar que también aquí se quedaron para siempre D. Adolfo y Dña. Teresa; Tino y José Luis. Quizá por ese instante hará que la emoción exteriorice alguna lágrima fugaz.
Dejaremos atrás esa puerta que tantas veces nos vio llegar. Como los tantos y tantos clientes, buscando el refugio de la magia de los libros, que encontraron su cobijo en este literario lugar.
Y, por fin, Alberto Polledo dará la última vuelta de llave a esa puerta, símbolo de muchos recuerdos, repleta de años dorados y momentos inolvidables.
Con unas maletas repletas de muchos sueños y bonitos recuerdos nos dirigimos a la estación. Allí, desprovisto de miradas ajenas, un banco en el andén vacío nos acomodará mientras, a lo lejos, el sonido inconfundible de un tren va acercándose sin temor.
Acaba de llegar y, una vez parado, sus puertas se abrirán. Y mientras, maleta en mano, accedemos a un vagón, una última mirada hacia atrás, donde ahora reposan ochenta y cinco años de historia, de pura y literaria belleza: el edificio que albergó la librería Santa Teresa.
Héctor Leonardo, Juan, Juan Ángel, Pedro y un sobrecogido Alberto dirán en un discreto silencio adiós a su «Casa», y se esconderán dentro del tren. Mientras, en un raído y ajado altavoz, que cuelga del techo de la estación, suena una canción titulada «King’s Cross», que interpreta un dúo llamado «Pet Shop Boys».
A todos los que habéis compartido y contribuido a que la librería Santa Teresa se haya convertido en lo que es y ha sido:
Gracias, de corazón, con el corazón.
Juan Ángel Moreno,
Oviedo
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