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Los desvelos de la Consejera de Educación

20 de Julio del 2013 - Pedro Riesco García (Oviedo)

La educación en España pasa por difíciles momentos. Y no lo digo en vano, sino cuando lo he vivido en mis propias carnes. Los profesores, de los que no puedo alegar nada malo en absoluto están obligados cada vez en mayor medida a enfrentarse a aulas colmadas de alumnos más agresivos y menos respetuosos para con aquellos cuya vocación y voluntad es enseñar: transmitir el conocimiento y los valores a las generaciones futuras. Todo su empeño y buen hacer quedan eclipsados por la escasa estimación del saber y de la cultura de nuestra sociedad actual: está claro que vale más estar al tanto de quién es Lady Gaga que Safo de Lesbos, Jane Austen o Marie Curie; que es más rentable conocer a Justin Bieber que a Platón, Garcilaso, Rubens o el conde-duque de Olivares. No me cabe duda de que aporta un mayor beneficio intelectual y humano dominar el rápido movimiento de dedos necesario para teclear en la Blackberry que la satisfacción que puede conllevar leer una buena novela, escribir una poesía o reflexionar sobre el sentido de la vida. No se ría el lector a la par de estas líneas: va en serio.

El intelectualismo de los filósofos griegos ha dejado de estar en boga, por desgracia, en los tiempos de hoy, y creemos que el problema que subyace bajo todo el problema de la enseñanza y la formación académica es éste: el hecho de que estudiar sea visto como algo accesorio que debe realizarse en aras de un éxito social o de un beneficio económico a posteriori del esfuerzo laboral, esto es, que la cultura carezca de valor, o que lo tenga sólo como medio, y no como fin, olvidándonos de que es un fin inconmensurable.

Lo referido comporta que los pupilos de nuestro tiempo estudien para aprobar los exámenes o superar los cursos, pero no para crecer y formarse. De este modo, y teniendo en cuenta que los programas y contenidos son cada vez más parcos, las bases sobre las que se ha de cimentar la formación universitaria que un día recibiremos son ciertamente inestables, con lo que tampoco estaremos preparados para incorporarnos al mundo laboral y así desempeñar con profesionalidad y acierto nuestros futuros oficios, contribuyendo al buen desarrollo de la sociedad.

En resumen, la que un día será la generación que rija los destinos de este país no sabrá cómo hacerlo, y entonces será demasiado tarde. Nos guste o no, el hombre es un ser cultural, y es que si en algo es distinto de los otros seres vivos es en sus inquietudes por conocer el mundo, por crear ciencia y por desarrollar la lengua y el arte. Por tanto, es necesario, o, mejor dicho, imprescindible que la educación colme las aspiraciones del hombre como debe ser.

Después de este humilde alegato cuyo último fin es loar las virtudes innegables de una enseñanza que cumpla con sus objetivos y el papel fundamental de la cultura en nuestra sociedad actual, concluimos dirigiendo unas bienintencionadas palabras a nuestra consejera de Educación, en referencia a ciertas medidas adoptadas hace unas cuantas semanas: muy señora nuestra, no gaste vanas energías en hacer el ridículo trastrocando la nómina de fiestas cristianas. Si le preocupa que irse de vacaciones en Navidad o hacer lo propio en la Semana Santa vaya a hacer de usted una catolicísima persona, diríjase a su puesto de trabajo en tales días y cumpla su deber, en lugar de afanarse en arrancar de cuajo las raíces más hondas de nuestra sociedad occidental, que –le guste o no– son cristianas. La educación es algo muy serio y muy importante como para desperdiciar su tiempo y su responsabilidad en asuntos de esta índole. Intente que su paso por la Consejería sea digno de ser recordado por algún noble logro y no por un despropósito como éste al que todos los asturianos hemos asistido. Dixi.

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