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La asturianía de Álvaro del Portillo

13 de Julio del 2013 - Carmen González Casal (Oviedo)

El pasado viernes el Papa Francisco anunció las próximas canonizaciones de Juan Pablo II y Juan XXIII y la beatificación del venerable Álvaro del Portillo. Hacia los tres una gran gratitud, más si cabe a don Álvaro del Portillo, con quien me unen lazos de especial parentesco.

Para los creyentes, una gran noticia, porque son tres figuras cercanas en el tiempo y grandes en sus obras que nos sirven de ejemplo y ayuda en nuestro peregrinar. Para los asturianos que ejercemos (que somos la mayoría) doble alegría, porque hemos tenido la suerte de tener a los tres en Asturias. Me detendré en Álvaro del Portillo, por haber tenido la oportunidad de tratarle de cerca a principios de los años noventa.

Con pocos años, Álvaro del Portillo veraneó con su familia en La Isla. En una de esas estancias fue testigo de un suceso providencial que le marcó en su posterior decisión de entrega a Dios. Álvaro y un hermano suyo habían quedado con unos amigos para hacer una travesía en motora hasta Villaviciosa o Ribadesella. Estando ya embarcados, su hermano le dijo que se quedaba en tierra y Álvaro decidió acompañarle y no unirse al paseo por el mar. A las pocas horas, sin previo aviso, se desencadenó una galerna costera y se ahogaron todos los tripulantes de la pequeña embarcación, excepto el más joven, que logró arribar a la orilla a pesar de la marejada. Con el tiempo, la providencia divina continuo esculpiendo su alma, sirviéndose de circunstancias difíciles.

Tras la muerte de Josemaria Escrivá, don Álvaro, al frente del Opus Dei, pasó varios veranos en Solavieya, una finca situada en Granda, cerca de Gijón. Desde ahí se desplazaba a Covadonga, Deva, Villaviciosa… Le encantaba Asturias: la suavidad de su clima, la belleza de su costa y la múltiple tonalidad de sus verdes... Todo ello le llevaba a trascender, a dar gracias a Dios y a reponer las fuerzas gastadas para volver a Roma y dedicarse a su labor sacerdotal con más generosidad aún, porque Álvaro del Portillo era, sobre todo, un sacerdote de corazón grande, a la medida del corazón de Jesucristo. Su vida estaba en función de servir a la Iglesia donde hiciera falta.

Transcribo unas palabras de Javier Echevarría, actual prelado del Opus Dei, publicadas a raíz de esta noticia, que describen muy bien el perfil del nuevo beato: «En esta hora de alegría acudo a la intercesión de este siervo bueno y fiel, y le pido que nos “contagie” su lealtad a Dios, a la Iglesia, al Papa, a san Josemaria, a los amigos; que nos consiga su sensibilidad social, que se manifestó en el impulso de numerosas iniciativas en todo el mundo a favor de los más necesitados; que nos obtenga su predilección por la familia y su apasionado amor al sacerdocio, así como su piedad tierna y sencilla, que tenía un marcado acento mariano».

Aprovechémonos los asturianos de la intercesión de este nuevo beato.

Carmen González Casal, periodista y escritora, Oviedo

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