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Luis García García, la bondad sin ruido

8 de Julio del 2013 - Javier Gómez Cuesta

Oriundo de Navelgas, en el interior del occidente astur, donde los romanos descubrieron minas de oro y hoy zona de buena industria chacinera, esa tierra y esas gentes que tan sugestivamente supo plasmar en óleos en los que los colores te imantan, allí nació Luis el último día del mes de mayo de 1935. Recuerdo que lo saludé por primera vez delante de la Iglesia, recién llegado a mi primer destino de Calleras con posada en Naraval. Venía yo con don Francisco el de Miño de celebrar un funeral en Rellanos, en aquella moto todoterreno, de cubiertas de tacos en las ruedas, capaz de atravesar el barro, cruzar riachuelos y subir por la pendiente escarpada en la piedra. Así eran entonces los caminos rurales. La moto había sustituido al caballo. Con ella llegaba a los caseríos más lejanos y dificultosos de la parroquia. Ya entonces, me dijo don Francisco: es muy bueno y listo. Le enviaron a Roma para licenciarse en Teología. Recuerdo aquella sonrisa angelical.

Antetítulo: Necrológica

Subtítulo: Se doctoró en Roma en Teología Moral

Destacado: Uno de sus hobbies fue la revisión de las traducciones litúrgicas, buscando mejores expresiones o detectando errores

En el Seminario tuvo fama de inteligente, estudioso y despistado. Sus anécdotas eran tema de humor frecuente. Le tocó un curso de pícaros y bromistas, como Ángel García, «que las pensaba de noche y las hacía de día». Ordenado sacerdote, después de breves estancias como coadjutor en Ciaño-Langreo y Gallegos-Mieres, pronto se incorporó a Hevia que, en aquellos años sesenta, era la Jerusalén del Movimiento Rural Cristiano. Los movimientos apostólicos especializados jugaron en aquellos años un papel muy importante, no sólo en lo pastoral, sino en lo social y político. Fueron cuna y escuela de buenos políticos comprometidos y colaboraron en la fundación de los sindicatos. Luis fue nombrado viceconsiliario de la JARC. Había diversos núcleos impulsores de un programa pastoral para activar a las personas del campo. Recuerdo el de Campo de Caso con Flórez, Luciano y Jorge; el de Abándames con Torre Vallín; el de Ardisana con Eduardo Gordón; Abelardo en Argüero y luego Severino Canal. Luis era el que llenaba de contenido, doctrina y razonamientos aquellos planes, todos en la misma clave tan educativa y persuasiva de «ver, juzgar, actuar» que animaba a unos y exasperaba a otros.

Por su valía intelectual fue de nuevo enviado a Roma para doctorarse en Teología Moral y ser destinado como profesor al Seminario. Los estudios teológicos estaban sufriendo una transformación al superar su base escolástica y abrirse a nuevas formas de pensamiento. La moral fue una de las materias más revolucionadas. Años turbulentos en el profesorado y en alumnado. Le costó adaptarse a su cátedra y prefirió otra dedicación, aunque nunca perdió su amor a los libros y a la investigación. Uno de sus hobbies fue la revisión de las traducciones litúrgicas, buscando mejores expresiones o detectando errores. Colaboró en la elaboración de los propios litúrgicos de la diócesis. Hombre espiritual, dedicó muchos años a ser capellán, labor humilde y callada, en la que es difícil medir el mucho bien que hacen, del Orfanato Minero, del colegio de Los Robles y, últimamente, de las Siervas de Jesús, en la ovetense calle Uría, en ese rincón de silencio en medio del ruido y del trajín de la ciudad, a la que acuden temprano personas para oír misa antes de comenzar el trabajo diario. Con el rosario en la mano llamará a la puerta del cielo que se le abrirá de par en par.

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