Necrológico amigo...
Querido Luis Varela y Menéndez, como cariñosamente cada vez que inesperadamente nos encontrábamos, tu ilustre nombre totalmente te solía mencionar...
No es el primer domingo que al leer LA NUEVA ESPAÑA con sorpresivas tristezas me he solido encontrar, tal es el caso ahora del fallecimiento de tu persona que ha ocupado siempre en mi corazón un lugar muy especial, como los anteriores decanos de nuestro Colegio de Abogados, donde han dejado un vacío muy difícil de llenar; sumando, son ya cinco contigo para siempre recordar y a quienes ya nunca volveremos a ver ni saludar... Todavía al ponerme a escribir esta nota luctuosa, mis ojos dilatados, absortos, no acaban de cerrar. Y así, mudo, meditabundo, he vuelto a recordar cuando hace más de treinta años nos conocimos en la calle Campoamor, donde vivía temporalmente recién llegado del exilio sandinista, unos queridos familiares de mi esposa asturiana nos había albergado con un cariño y recepción muy especial. Al ir por la calle, bajaste tú de un lujoso coche para preguntarme de una dirección que no podías encontrar referente a alguien, de lo que no te pude orientar, toda vez que tenía muy poco tiempo de en tal lugar habitar. Pude ver que haciéndote eco de mi hispanoamericano acento, con una graciosa sonrisa, me insinuaste: «Buena suerte, cubanito, adiós», lo que de inmediato clarifiqué: «De cubanito, nada, pues soy nicaragüense, de la tierra de Darío, de Rubén»... Desde ese día, quién me iba a decir, conocería a un fraterno amigo asturiano y colega excepcional, que, tristemente, ahora acaba de morir.
Y para no repetirme en mi profunda apreciación, permíteme amigo Luis que recuerde una vez más, lo que sobre tu persona escribí en vida, como debe ser, hace tres lustros, en mi modesto libro «Rubén Darío, siempre...» al agradecerte tu valioso escrito (páginas 168-172) de colaboración, evocando el azul de quien quería mucho a tu amada Pravia, sus mágicos entornos, campestres, marítimos, deslumbrantes, con su buena gente, litoral... y permite que le dé un beso en señal de pésame a tu adorada Concepción, como a tus hijos y demás familia, que por disfrutar merecidamente, en la otra vida, te han confiado a Dios.
Heradio González Cano
Oviedo
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