Microética

26 de Julio del 2013 - Juan Lozano Garrote (Oviedo)

Dicen los entendidos, y se supone que tienen razón, que una de las partes más importantes en la estructura de un artículo es, precisamente, el principio. En las primeras líneas se ha de intentar captar la atención del lector, pues es cierto que, basado quizás en un instinto de supervivencia, el individuo que da en leer un artículo no profundizará en él si lo único que prevé como posible es un tostón infumable.

Pues bien, he de reconocer que nunca se me han dado del todo bien los comienzos, así que créanme si les digo que comprendo a aquel que decida dejar de leer desde este momento. He de confesar, por otra parte, que me he sentido tentado de iniciar estas líneas con una cita de algún afamado autor, lo que quedaría muy «cool», como diría algún que otro cursi cantamañanas. Pero no. No me convence. Y es que no pretendía hablar yo aquí de cosas grandes, a gran escala, sino más bien pequeñas. Pequeñitas. Quería hablar, si se me permite la expresión, de microética. Me explico:

Hoy en día dan ganas de hacer volar algo por los aires. «Caso Campeón», «caso Bárcenas», la «trama Gürtel», el «caso Faisán»... Son apenas un mero ejemplo de una larga lista de despropósitos. Un desfile de corruptos. Sí. Dan ganas de tomar el primer avión que se pueda y volar lejos, muy lejos. Todos corruptos, todos. O, al menos, ése comienza a ser el sentir general. Pero, ¿a qué se debe este desfile lacerante de ilegalidades? ¿Por qué este sinfín de latrocinios en las arcas públicas, de tráficos de influencias, de afanes desmedidos de poder?

Pues bien, aunque puedo equivocarme, creo estar en lo cierto si afirmo que se trata de un caso piramidal. El problema está en la base. Si vivimos en un mundo donde el «si no me ven, no pasa nada», tarde o temprano, como así ha ocurrido, el peso de las simples consecuencias caerá sobre nosotros. Quizá nos preocupemos demasiado por lo que hacen los políticos y poco por lo que hacemos nosotros día a día. Demasiado por las macromagnitudes y poco por la microética. Al fin y al cabo, aunque a veces resulte difícil de creer, los políticos salen del pueblo. Lo que sale con gran difusión por los medios de comunicación se puede repetir sin todo el tufo mediático en nuestro día a día. Las cosas son lo que son. Lo malo es malo. Lo sepa o no el jefe, se entere o no el profesor, lo conozcan, o lo ignoren, el marido o la esposa.

El cambio empieza en nosotros, en saber aplicar una escala de valores. ¡Dejemos ya a los políticos! De sobra sabemos cómo acaba este cuento: bien se archiva, bien se declara la nulidad, bien cualquier otra historia que nos haga saber a los ciudadanos que robar a lo grande sale bastante barato. ¡Dejémoslos! El punto de inflexión de esta situación no está lejos, allá perdido entre las poltronas acomodadas del Congreso. No. El cambio está en el hombre medio. En nosotros.

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