Presunto
Siempre que escucho esta palabra me vienen a la mente las excelentes y gráficas descripciones de ciudades portuguesas que periódicamente nos regala en esta sección el doctor Angel García Prieto, con la musicalidad de ese amable idioma que se escucha cuando se visitan. Cosas del subconsciente a dieta veraniega que añora un buen bocadillo de jamón («presunto», en portugués).
Si se fijan un poco, es la palabra de moda más utilizada en prensa escrita, radio y televisión, como si se temiera un tsunami de querellas sobre el comunicador por atreverse a nombrar las cosas por su nombre sin añadir el dichoso adjetivo: presunto ladrón, presunto asesino, presunto estafador.
Pero se trata de una palabra prácticamente vacía, yo misma no pude evitar odiar a Bretón desde mucho antes de conocerse la sentencia condenatoria de cuarenta años. Tampoco dejo de prejuzgar a un televisivo y pálido Urdangarín camino de los juzgados de Palma de Mallorca. Obviamente, ni me planteo el beneficio de la duda para los pederastas reincidentes antes de demostrarse sus infamias.
Incluso así admito que los prejuicios son el peor veneno para el alma, y un buen ejercicio estival es tratar de erradicarlos para intentar viajar por la vida ligeros de equipaje.
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