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Excursión alrededor de una croqueta de jamón

26 de Julio del 2013 - Francisco Serrano Pérez (Salinas)

Fue hace dos o tres años. La pandilla cenaba en un bar de la localidad, compartiendo mantel y viandas...

De repente, alguien se fijó en el que esto escribe, y dijo: «¡Paco, no has comido croquetas!»

Yo, muy comedido, y con una voz apenas audible, manifesté: «¡Hoy es viernes de Cuaresma, y un servidor no come croquetas de jamón en estas circunstancias!»

Hubo risas, y otras manifestaciones de cachondeo, como: «¡Hombre, a estas alturas, a quién le importa eso!»

La mujer que se sentaba a mi lado, llamémosla A, ya me había dicho varias veces: «¡Paco, come croquetas!»

En aquel momento, y, ahora muy crecida por los comentarios, y porque alimenta a una banda de gatos silvestres, cogió una croqueta con su manita pecadora y la estrelló con fuerza contra mi plato, mientras decía, airada: «¡Come!»

Esta mujer, lady A, no tenía en cuenta ni mis criterios religiosos, ni las consecuencias de una educación en estas cosas, heredada de mis padres, que yo venero, ni mis sentimientos, ni nada. Era su omnímoda voluntad contra la de un gato que se negaba a comer, lo que ella quería que comiese. Tengo que deciros que yo, desde entonces, he rehuido a lady A en todas las celebraciones de la pandilla.

Entiendo que es una buena mujer, y mejor persona que yo, pero no me fío de mi capacidad de aguante, porque puedo llegar a ser muy burro, si se me cierra el paso. Así que para no armar ningún lío, mi estrategia me pide, simplemente, desaparecer.

Pero el otro día... ¡Ay, el otro día!

Nos juntamos a comer la pandilla entera, y yo no debía de estar allí, pero estaba.

Todo el mundo pidió lo que quiso, y en un momento, se oyó la voz de lady A, que decía: «¡Paco, come una anchoa!»

Yo, en esta ocasión, no estaba a su vera, y soporté en silencio ésta y otras invitaciones que se sucedieron, con las susodichas anchoas, y más tarde con el arroz.

Momentos después, lady A se volvió a dirigir a mí diciendo: «¡Paco, te noto enfadado!» Y entonces, como yo temía, me puse burro, o muy burro. ¡Qué se yo!

Desde entonces, los amigos de verdad, me dicen «el de la croqueta», con un tono zumbón, que a mí me cuesta soportar, sobre todo, después de cumplir los setenta.

Espero encontrarme un día de éstos con lady A, para decirle que si conviene conmigo en que no soy uno de sus gatos, le daré un beso, y hasta seremos buenos amigos.

A los que me dicen «el de la croqueta!» ya me encargaré de ellos, uno a uno. ¡Faltaría más!

Francisco Serrano Pérez

Salinas

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